Sebastián Galvis Arcila
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Cuando un hombre cuelga de un puente, se cuenta en segundos la dura faena de toda su vida. Se derrumba la iconografía de la obra que conecta dos extremos del paisaje y se vuelve niebla la inspiración de la arquitectura. Llega la desgracia atrayendo los silencios del suicidio y trae las memorias de la gente muerta. Llega la tristeza con los periodistas y los murmullos del río por su desembocadura. Se idealiza el fin de las preocupaciones y el dolor de vivir en el mundo injusto, dejando el cuerpo suspendido por una soga que asegura.
Cuando un hombre cuelga de un puente el desespero obliga a romper el cuello, a dejar de respirar velozmente por el impacto o por ahogamiento; se ignora la cara vil del sufrimiento y se profanan las barandillas que contienen los intentos. Antes de quitarse la vida la oscuridad todo lo empaña, las nubes todo lo opacan, no hay regreso, tan solo sufrimiento, un boleto al desconcierto, una atención que fracasa salvando almas, reteniendo duelos, entrenando tácticas y cazando sueños. Alguien abre la caja de Pandora y la curiosidad culpable suelta la fiera del mal sin esperanza alguna y sin remedio.
Cuando un hombre cuelga de un puente, la inteligencia claudica por la pena, los daños se esparcen hasta los confines y la gente llora. Mucho se piensa, mucho se dice, se interroga; habla la experiencia cuando escucha sin demora, cuando atiende y comprende, cuando no juzga ni controla, cuando ha visto el dragón que nos devora. No sabemos lo que se siente saltar desde ese punto, pero intentamos detener la causa traidora, enfrentando los peores miedos e interrogando el pensamiento que rumora.
Cuando un hombre cuelga de un puente, la inflexión de su pensar no fue posible, fracasó toda confrontación, gana la desesperanza y la conmoción terrible, gana el pesimismo y la derrota presumible, la impotencia prisionera, el aislamiento inaudible, gana la pérdida y el desinterés. Los dolientes leen y escriben cartas, miran el puente, se acuerdan del ayer, suplican que hablemos al respecto, que sepamos que están sensibles y que a veces no lo pueden creer. Se declara el desaparecido y agradecen esfuerzos para al débil fortalecer.
Cuando un hombre cuelga de un puente, sufre la salud mental, la muerte gana la contienda, las plegarias van al más allá. Los lugares se vuelven cementerios, se necesita tomar valor para caminar, para continuar, para aceptar la partida con arrojo, para despedir al que decidió saltar. Es necesario acercarse al deprimido para que le dé a la vida otra oportunidad; para que vuelva a un nuevo comienzo y se sienta escuchado, para dejarle hablar. Se hace memoria de fechas y personas, del clamor de ayuda y la necesidad; aparece la enfermedad y el nombre de medicamentos, aparece el misterio de la identidad; terapeutas jugándose el pellejo y familias a punto de explotar.
Cuando un hombre cuelga de un puente, no hay nada que celebrar, queda hablar de frente al respecto e inspirar a los que luchan todavía desde el barandal. Queda mirar por dentro y a los nuestros, para votar el veneno de la soledad, para el dolor propio aliviar y a nadie dañar. Cuando un hombre cuelga de un puente, durmió y no fue suficiente, se medicó y no fue suficiente, murió y no fue suficiente; no obstante, ningún esfuerzo se debe frenar para que una persona viva al final. Cuando un hombre cuelga de un puente, nos avisa que debemos hablar, contactar, comunicar, decir y escuchar; prevenir con esperanza sin pasar de largo, haciendo todo porque encuentre motivos para seguir, vivir y no saltar.
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