Sebastián Galvis Arcila

El fútbol no se fue totalmente, la retransmisión de partidos famosos como el 5-0 contra Argentina, o el 1-1 contra Alemania hicieron imposible soltar ese antojo de apasionarse por gente con talento en los pies. Todas las cadenas deportivas pretendieron mantener vivo el ánimo futbolero presentando los cotejos más llamativos en los últimos tiempos, dejando claro que ni en pesadillas podemos abandonar por completo ese deporte. El fútbol es aquello con lo que logras ignorar a cualquier persona que te rodea, un entretenimiento que desborda emociones hasta el vanidoso error de apostar, error que no es otra cosa que jugar con la suerte para sentirse dios.
No obstante, el coronavirus sí ha demostrado que podemos prescindir de él, no lo necesitamos como algunos pensaban, como si se tratara de un artículo de primera necesidad; antes del reinicio de las competiciones, es prudente decir que el deporte que hizo rey a Pelé genera en el mundo lo que ningún otro; ni el basquetbol, ni el tenis, ni el fútbol americano o el atletismo con sus momentos inolvidables podrían mover las fibras humanas de un modo tan profundo. Sí, el fútbol es otra cosa, lo dirían millones de personas, pero obligados a tener los estadios cerrados, los campos de entrenamiento vacíos y las taquillas clausuradas, hemos de aceptar que, aunque nos haga falta, no es necesario.
Y no es necesario porque en tiempos de peligro, más vale saber hacer con la cabeza que con los pies, la gente realmente importante es el médico, el científico y el pensador, no los regates de Messi o las fantasías maradonianas. Nuestros modelos deportivos se han venido abajo con justa razón, no sobreviven a la debacle, aunque en breve el mundo del consumo les devolverá su trono como becerros de oro. Tampoco es necesario, porque hemos descansado de ver hordas de pandilleros dispuestos a matar por el color de su camiseta en cualquier ciudad. La tranquilidad de hoy en plena vía pública no tiene precio.
Equivocadamente se ha llegado a pensar que el fútbol es un tema de vida o muerte; qué tontos hemos sido, una neumonía contagiosa sí es algo de vida o muerte, no el gusto por el Real Madrid o el Barcelona que ha llegado a desunir familias y a poner a los hijos en contra de los padres por amor a Mourinho o a Guardiola. Hay que decirlo, estos genios que comentan fútbol nos han robado tiempo valioso con pan y circo, impidiéndonos pensar en asuntos realmente importantes, ahora que el fútbol está en pausa, la gente se torna creativa y tiene la oportunidad de ser protagonista dando a conocer su arte, su destreza y su talento. Qué agradecido me siento por no estar atento a los estrafalarios gustos de Neymar en todos estos meses.
No ha sido malo estar sin fútbol, es más, creo que ha sido bueno, mi hijo entrena más fuerte haciendo treinta y unas desde que hemos entendido que el yugo de las pantallas produce esclavitud futbolera. El deporte es magnífico, nada se le compara, pero sabemos todos que la industria del fútbol es tenazmente corrupta y aberrantemente desigual. Total, no es el dinero del fútbol el que está salvando vidas; la baja de los sueldos de los jugadores profesionales debería ser el comienzo de una desescalada empresarial que regule la infamia de la mala distribución de la riqueza. Pero esto es poco probable, porque un mundo sin Mundial o sin eliminatorias es algo que no cabe en la mente de ningún gobernante, hasta que no entendamos a fuerza de sufrimientos que Cristiano Ronaldo es mucho más que CR7.
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