Pbro. Rubén Darío García


Nos escandaliza sobremanera ver el sufrimiento de los inocentes. Es difícil descubrir el bien detrás de lo que a todas luces aparece como mal, es naturalmente incomprensible y, sin embargo, a ningún santo se le ha ahorrado el sufrimiento.
Pensando de manera lineal, aprendimos a creer que lo “justo” sería que se pagara en la misma medida: obra el bien, retribución necesaria: salud, progreso, abundancia. Obra el mal, entonces debe experimentar la enfermedad, la destrucción y retroceso, escasez y precariedad en todo. Pero ¿qué sucede? Vemos lo contrario: quien dice la verdad en una empresa, termina expulsado de ella; quien se preocupa hasta el extremo por ayudar a los demás y resulta traicionado por los que recibieron la ayuda; lucha por el bien de los otros y al final se ve abandonado por los otros. Tendremos que darle la razón al Eclesiastés cuando anuncia: “Vanidad de vanidades… todo es vanidad”.
¿Por qué a quien obra bien le va mal y al que obra mal le va “tan bien”?... Bueno, las preguntas correctas son: ¿para nosotros qué es el bien y qué es el mal?, ¿por qué habitualmente vemos el bien donde está el mal y vemos el mal donde efectivamente está el bien? Nos falta el discernimiento.
Esta Palabra de hoy nos pone en crisis porque parece difícil de comprender. ¿Cómo es que a Jesús, quien sólo ha pasado haciendo el bien, le haya ido “tan mal”? ¿Cómo es posible que su mensaje continuo haya sido de amor al Padre y al final hasta el mismo Padre le haya abandonado? ¿Dónde quedaron aquellos que profesaban dar la vida por Él y que, al final, huyeron y hasta el primero de todos lo negó?
En su trasfondo, el texto bíblico es impresionante: “El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento y entregar su vida como expiación”. La enseñanza que nos deja es que “hay un propósito de bien detrás del sufrimiento”: “Verá su descendencia, prolongará sus años, todo prosperará por su mano”. El fruto del sufrimiento es la “vida”, no la muerte. Se ha comparado el sufrir como la dureza de un huevo tibio, el cual a causa del fuego, se endurece, esto es, a más sufrimiento el espíritu se templa: “Me estuvo bien el sufrir” (Salmo 119,71).
Sin embargo, este “sufrir” que dice la Palabra no es aquella consecuencia de mis malas acciones, se trata de la oportunidad de sufrir haciendo el bien, la oportunidad de estar en la Cruz, con Jesús. Es el sufrimiento causado por la verdad, por la justicia, por el amor: “Dichosos los que trabajan por la paz”; “dichosos los misericordiosos” pero también “Dichosos cuando los persigan y digan toda clase de calumnias por causa de mi nombre”. Aquí se revela la claridad a nuestra comprensión: “Felices los que sufren a causa de Jesús”.
Los discípulos que venían hablando por el camino sobre quién era el más importante, no habían comprendido el anuncio de la muerte que hizo el Maestro. Sólo se les aclaró la mente cuando todos experimentaron el paso por la Cruz. Por la fe, llega la luz a nuestro sufrimiento presente y sólo por ella se le descubre el propósito que hay detrás de él.
Hoy podemos descubrir qué hay detrás del sufrimiento: ¿para qué esta enfermedad no pedida ni buscada? ¿Qué sentido tiene la pérdida del trabajo por una injusticia? ¿Para qué te han insultado cuando has dicho la verdad sin reservas? ¿Para qué te han negado el contrato porque tú no has aceptado el soborno? ¿Será que tu vida de fe, debería ser la misma del Siervo doliente de Yahveh quien “después de sufrir verá la Luz”? Reflexionemos sobre la verdadera revolución del Amor.
Director del Departamento de estado laical de la Conferencia Episcopal de Colombia
Isaías 53,10-11; Salmo 32; Hebreos 4,14-16; Marcos 10,35-45
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