Pbro. Rubén Darío García


Hoy la Palabra nos enseña el error de la mentalidad del mundo signada por la soberbia, la búsqueda de la fama, el prestigio que se reclama en el acontecer cotidiano de las personas. A esta realidad, que impide la felicidad del ser humano, los textos litúrgicos le anteponen “al siervo inútil”, del cual nos habla el Evangelio. Es el lenguaje trascendente que necesitamos aprender y practicar llegar más allá.
El “Siervo inútil” es el humilde. Es el que comprende que no se necesita comité de aplausos para que el trabajo adquiera verdadero valor. Es aquel que todo lo realiza para agradar a Dios sin buscarse a sí mismo, muriendo a sus intereses particulares. El humilde sabe reconocer la verdad, conoce sus límites y se acepta. La Palabra ilumina: “El altanero no triunfará”.
El altanero experimenta un “super yo” que insulta y desconoce a su prójimo, un ego que enceguece e impide ver el sentido de la historia personal: “El Altanero no triunfará”. Dios oculta los secretos del Reino a soberbios, sabios y entendidos. Únicamente el “pequeño” descubre el sentido de su existencia porque logra acceder a una sabiduría oculta a nuestros ojos: la sabiduría de la cruz. El siervo inútil es, en su grado más alto, el “siervo de Yahveh” quien, llevado al matadero, no abrió la boca, se dejó “matar” para que nosotros pudiéramos experimentar la vida verdadera.
Esta mentalidad del “Siervo inútil” es desconocida para la mentalidad del mundo porque desde muy niños fuimos formados con la concepción de “señores poderosos”, no de siervos “inútiles”, según el Evangelio. La educación del mundo busca afianzar la confianza en nosotros, pone la seguridad en nuestras propias fuerzas y saca de nosotros la experiencia de la confianza en Dios.
La Palabra de Dios que nos descubre los secretos del Reino de Dios; dice el salmo 126: “Si el Señor no construye la casa en vano se cansan los albañiles, si el Señor no cuida la ciudad en vano vigilan los centinelas”.
¿Cuántas preocupaciones tenemos diariamente que apunten a lo esencial de nuestra vida y a lo que necesitamos para ser felices? Estamos encerrados hoy en tres idolatrías que nos destruyen la vida: La economía, el poder y el sexo. El término “ídolo” señala todo lo que ocupa en nuestra existencia el lugar que le corresponde a Dios. Vivimos esclavizados de estas tres realidades y a ellas les rendimos culto. El mundo digital ha sido puesto al servicio de ellas tres y por lo mismo, siendo una oportunidad de crecimiento si se diera buen uso a la tecnología, en manos de quien no posee sabiduría, se vuelve un arma mortal.
El Evangelio revela otro secreto: “Señor, no hemos sido sino siervos inútiles que hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Cuando cumplimos con lo que se nos ha encomendado, no tenemos que esperar reconocimientos, el humilde sabe que, aunque haga las cosas como si todo dependiera de sus fuerzas, en realidad todo depende de Dios. Vivir así produce felicidad, pues todas las criaturas, las cosas y las acciones estarían buscando la única finalidad: “Servir, honrar y amar a Dios nuestro Señor”. Cuando esta finalidad se pierde, nos perdemos en el camino vacío de nuestra existencia.
Actuemos hoy cristianamente para que, cuando llegue el momento de nuestro encuentro con Él, sus palabras sean: “Siervo fiel y prudente, pasa al banquete de tu Señor”. Tenemos pues la tarea de cuestionarnos, reflexionar y replantear nuestra existencia. ¿Cómo estamos viviendo nuestra condición de servidores en nuestras tareas cotidianas?
Habacuc 1,2-3; 2,2-4; Salmo 94; Timoteo 1,6-8.13-14, Lucas 17,5-10
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