Pbro. Rubén Darío García


Creemos “ver” y en realidad estamos ciegos. El ser humano mira las apariencias, pero Dios ve el corazón. Las circunstancias de cada día son portadoras de un sentido para la existencia pero, a menudo, dejamos pasar las enseñanzas y perdemos la oportunidad de crecer.
El evangelio nos presenta un ciego de nacimiento a quien Jesús le pone barro en los ojos y luego lo invita a lavarse. El agua que usa para quitarse el barro representa el bautismo, pues por él se cumple la promesa del Señor: “Derramaré sobre ustedes un agua pura que os purificará, de todas vuestras inmundicias e idolatrías; os he de purificar y os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne; abriré vuestros sepulcros, pueblo mío y os sacaré”.
El barro en los ojos es una ayuda para lograr “ver”. La incomodidad que produce el barro, hace que se desee y necesite llegar al agua para lavarse; de lo contrario, la persona podría “acostumbrarse a estar ciega” y permanecer así el resto de su vida. Pasamos muchos días engañados, descuidando lo importante y dedicando tiempo a lo que es pasajero; dejamos de buscar el Reino de Dios y recorremos la existencia muy preocupados por pequeñeces circunstanciales que, incluso, nos conducen a errar.
El barro representa todo lo que nos desinstala, nos desacomoda o nos destruye los proyectos; pero, por la fe, logramos “ver” lo que detrás de este “barro” se esconde. Veamos algunos ejemplos: un hombre ha llegado a la cárcel y este acontecimiento fue entendido por él como el barro que le permitió descubrir de nuevo a su esposa y a sus hijos, a quienes nunca “veía” por estar demasiado ocupado produciendo dinero y trabajando. Su vida ha adquirido sentido y ahora transcurre “iluminada por la fe”.
A lo mejor, una enfermedad ha sido también este barro en los ojos, pues al sentir la fragilidad y la precariedad, la persona logra “ver” la vacuidad de la soberbia y los males que desencadena la codicia. La fe, llena de sentido toda adversidad y la potencializa colocándola a favor, produciendo crecimiento, pues cuando se pasa por el sufrimiento el espíritu se templa y la fe sale fortalecida.
Dios no ve las apariencias, sino el corazón. En este tiempo de Cuaresma demos un salto como el ciego de Jericó y delante del Señor Jesús, ante la pregunta que Él nos hace: “¿Qué quieres que haga por ti? Lancemos este grito desde nuestras entrañas: !Señor que vea y no me niegue a ver!
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Pasamos muchos días engañados, descuidando lo importante y dedicando tiempo a lo que es pasajero
1 Samuel 16,1.6-7.10-13; Salmo 23; Efesios 5,8-14; Juan 9,1-41
Delegado Arquidiocesano para la Pastoral
Vocacional y Movimientos Apostólicos
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