Pbro. Rubén Darío García


Pbro. Rubén Darío García Ramírez
Cuando uno está enfermo, necesita escuchar un diagnóstico, una explicación y la instrucción para tratarse y sanar. Necesita que el especialista le dirija esa palabra de conocimiento que lo lleve a uno a entrar en acción para curarse. Así sucede con la Palabra de Dios; necesitamos escucharla para poder tener la vida… y tenerla con sentido.
Cuando la lluvia moja la tierra, fecunda las semillas sembradas y las hace germinar; así mismo, la Palabra de Dios fecunda la semilla sembrada en nuestro corazón cuando la escuchamos, y la hace germinar para dar alimento y vida. Es necesario escuchar para que la fe crezca. Ahora bien, ¿dónde puede escucharse la Palabra? La primera respuesta es: en la comunidad.
La Palabra se vive y se celebra. Lo que Dios nos revela para que podamos alcanzar la verdadera felicidad, se nos descubre en la Palabra escuchada y celebrada. La máxima celebración es la Eucaristía, en donde la Palabra misma, Jesús, se nos da todo como alimento, al comulgar.
Hoy leemos y escuchamos la Parábola del Sembrador, una llamada perentoria a vivir. "Si uno escucha la Palabra del reino sin entenderla, viene el maligno y roba lo sembrado en el corazón; esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que escucha la Palabra y la acepta enseguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y en cuanto viene una dificultad o persecución por la Palabra, enseguida sucumbe. Lo sembrado entre abrojos significa el que escucha la Palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas ahogan la Palabra y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la Palabra y la entiende; ese da fruto y produce ciento o sesenta o treinta por uno".
Esta es una de las pocas parábolas que el mismo Jesús explica: necesitamos escucharla con mayor atención para aplicarla a nuestra vida. Nuestras prisas diarias y preocupaciones, no nos dan tiempo para escuchar la Palabra, pero cuando llegamos a experimentar el bien que ella produce diariamente en nuestra existencia.
Escuchar la Palabra en la comunidad y celebrar la Eucaristía, son dos momentos inaplazables para promover la madurez de nuestra fe. En cuanto se robustece este don de la fe, podemos enfrentar la enfermedad, la vejez y el final de la vida terrena con sentido y alegría. Es así como se garantiza la felicidad de nuestra vida en lo cotidiano y la pérdida del miedo a la muerte.
Delegado Arquidiocesano para la Pastoral
Vocacional y Movimientos Apostólicos
Isaías 55,10-11; Salmo 64; Romanos 8,18-23; Mateo 13,1-23
****
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015