Pbro. Rubén Darío García


Pbro. Rubén Darío García Ramírez
A cada uno de nosotros la Palabra de Dios dirige una orientación básica para conseguir una vida feliz: “Quien honra a su padre expía sus pecados y quien respeta a su madre es como quien acumula tesoros. Quien honra a su padre, cuando rece será escuchado, tendrá larga vida y quien respeta a su madre obedece al Señor. Cuando los padres lleguen a su vejez, necesitan el cuidado de sus hijos, no olvidarlos cuando les lleguen las canas y jamás abandonarlos si les llega la pérdida del juicio. La compasión hacia los padres nunca será olvidada y repara tus pecados”.
Si nos detenemos en estas palabras del libro del Eclesiástico nos damos cuenta de la importancia que tiene la familia en el desarrollo del plan de Dios en su historia. Los vínculos familiares son escuela de formación en los afectos, en el yo y en los bienes. Las situaciones difíciles que vivimos en familia templan el espíritu y forjan la manera cómo se actuará durante toda la existencia.
La sagrada familia conformada por Jesús, María y José, son el modelo de una vida feliz. Relaciones fundadas en la Palabra hecha carne, en la contemplación y el silencio de María y en el trabajo sencillo y silencioso de san José. Al centro del hogar está Jesús, la razón de todos los esfuerzos y fatigas: todo para agradar al Señor. Al centro de la cotidianidad está la adoración de Jesús, quien nos ha revelado al Padre en la Unidad del Espíritu Santo.
La manera como llegamos a creer en Jesús y obtener el conocimiento de Dios que nos da la vida Eterna, se logra en pequeñas comunidades que vivan en la alabanza, en la adoración del Señor, santificando el trabajo y el servicio de unos con los otros. En una pequeña comunidad, madura la fe. La familia es la Iglesia doméstica en la que se transmite la fe y se enseña a descubrir la finalidad de la vida creyente: amar, servir y honrar a Dios nuestro Señor y mediante esto alcanzar la plenitud de la vida. Como una “Pequeña comunidad”, la familia y ella unida a otras familias, puede llegar al conocimiento pleno de la verdad, por esta escucha de la Palabra.
Hoy hemos entrado en una crisis en la transmisión de la fe. Por falta de conocimiento, muchos padres de familia no son capaces de dar razón de la esperanza cristiana. Cuando los niños y jóvenes preguntan por la fe, no encuentran argumentos sólidos que iluminen la grandeza y necesidad absoluta de ella para la existencia humana. La muerte y resurrección de Cristo vivida en la Eucaristía, no encuentra razones aplicables a la vida cotidiana, es decir, nuestros niños y jóvenes no saben para qué les sirve Jesucristo en su existencia. Al no poseer una estructura sólida de la fe, cuando llegan a la edad universitaria o enfrentan el mundo del trabajo, cualquier viento de doctrina los derriba y terminan perdiendo el horizonte de su vida y desechando la oportunidad de ser verdaderamente felices.
Muchos hijos, al no conocer la bendición que trae respetar al padre y a la madre, la pierden entrando en el irrespeto, en el abandono de sus padres cuando llegan a la vejez y en el utilitarismo frente a ellos, ya que sólo importan los padres proveedores. Hijos tiranos y padres obedientes, marcan la mentalidad de hoy, cuando la corrección ha sido salpicada por el miedo ya que los mismos hijos amenazan a sus padres con denunciarlos ante estamentos jurídicos si les llegan a castigar. Se ha perdido la sabiduría de “poner límites” y esto ha desembocado en la pérdida de la autoridad y respeto por parte de los hijos.
La cultura de la vida se ha transformado en un miedo a abrirse a la vida. La mentalidad de no tener hijos va creciendo y la sustitución de ellos por las mascotas se impone. La idolatría de la economía hace perder el gozo de vivir y disfrutar lo simple. La unidad familiar se está limitando a la posibilidad o no de adquirir dinero. En esto también se nota la falta de la fe.
Un deterioro de las relaciones está sellado por la “infidelidad”. El amor de agape, es decir, de donación, ha sufrido el influjo de “lo desechable”, esto es, el uso y el abandono. Unas relaciones que sólo tienen como fundamento el “yo”, rápidamente pierden el sentido de estar juntos y la razón de las fatigas cotidianas. Únicamente la presencia del “Absolutamente otro”, alimenta y da fuerza para enfrentar las dificultades del mundo presente. Es necesario transmitir la fe, para que nuestros hogares recuperen la alegría y la serenidad de caminar confiados en la voluntad de Dios: Debemos Evangelizar.
El tiempo de Navidad que estamos viviendo da razón y esperanza a nuestra existencia. Nos permite enfrentar los cambios de hoy y las ideologías destructoras de la familia. No tengamos miedo a anunciar con nuestro testimonio el Evangelio de la vida y a defenderlo hasta dar la vida si fuese necesario. Es el martirio que hoy nos exige transmitir la fe en un Neo-paganismo reinante: ¡Que retos tan grandes y al mismo tiempo qué esperanzas maravillosas de conversión!
Eclesiástico 3,2-6.12-14; Salmo 127; Colosenses 3,12-21; Mateo 2,13-15.19-23
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