Pbro. Rubén Darío García


La Palabra de Dios nos enfrenta a una elección fundamental para nuestra vida: servir al Señor o a los ídolos: “Elegid hoy a quién queréis servir: a los dioses que sirvieron vuestros padres al otro lado del río o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis; que yo y mi casa serviremos al Señor” (Josué 24,15).
¿A quién queremos servir, a quien servimos cada día? Es una pregunta esencial para nuestra existencia y fácilmente respondemos: “Al Señor, obvio”. Pero si miramos detenidamente nuestra cotidianidad ¡en cuánta idolatría vivimos!
Adoramos a un “dios trabajo”. Estamos convencidos de que lo único importante es producir para satisfacer las necesidades básicas y tener algo más. Y así se disminuye la cantidad y la calidad de vida con la familia. Las relaciones se ven fracturadas porque el mejor tiempo se dedica es a trabajar. Las amas de casa dejan sus hogares para pasar todo el tiempo trabajando, descuidando su naturaleza de ser mujer, mamá y esposa. Es un engaño. Esta idolatría produce la muerte, ya que lo que primero se va destruyendo es el amor y las ausencias traen consecuencias graves.
Unido al “dios trabajo”, está el “señor dinero”. Es el apego al dinero un amor demencial. Le asignamos al dinero tal endiosamiento que su ausencia produce desesperación, angustia, desolación, tristeza… y hasta el suicidio. Por dinero se engaña, se roba, se traiciona. Fácilmente vendemos la conciencia, los principios, la identidad a cambio de dinero. En la mentalidad serpentea una frase que es dicho y creencia: “el dinero no da la felicidad pero, sin él, ella no se puede conseguir”. Esto es una falsedad, pero a punta de repetirlo y escucharlo terminamos convirtiéndolo en oración; pagana oración.
Y está el “dios sexo”. La pornografía nos invade y entra, vía redes sociales, a las familias en cadena de alienación y adicción. Analistas reconocidos afirman que si al internet se le quitara el sector pornográfico, ya no podría sostenerse económicamente. ¿Qué tal? Crece el culto al cuerpo y al placer per se: la sexualidad pierde su finalidad y su verdadero significado. Es tan dolorosa la pérdida del amor en la sexualidad que esta produce cansancio, búsqueda de nuevas formas de placer y mentalidad anticoncepcionista. Se teme hoy a dar vida naciente, decrece la población infantil y aumenta el drama de la “solitariedad” en los ancianos… hasta culminar en el culto a la mascota —como un nuevo tipo de “hijo”— y en la deshumanización de la persona.
Se multiplican las idolatrías: fama, prestigio, reconocimiento, figuración, títulos… incluso, el celular. ¡Qué tal si se nos pierde! En la cotidianidad estamos sirviendo a falsos dioses, no al Señor, Padre Creador de todo. Decimos honrar al Señor, pero nuestro corazón está muy lejos de Él.
En el Evangelio de este domingo Jesús clama: “El Espíritu es quien da vida, la carne no sirve para nada”. Nosotros nos descubrimos sirviendo a la carne y dejando de lado el Espíritu; nos preocupamos más por el estómago que por vivir verdaderamente felices. Recordemos que Esaú cambió la primogenitura por un plato de lentejas. No le importó Dios, solo su estómago. Jesús nos pregunta: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde la vida?”. Y a un joven que le pregunta por la felicidad, es decir, por la vida eterna, Jesús, mirándolo con cariño, le dice: “Si quieres ser feliz, anda, vende todos tus bienes, da el dinero a los pobres y luego… sígueme”.
Hoy el Maestro Jesucristo nos vuelve a preguntar: ¿esto les parece muy duro? ¿Ustedes también se quieren ir? Esperemos que nuestra respuesta sea como la de Pedro: “Señor, a quién vamos a ir?¡Sólo Tú tienes palabras de Vida Eterna!”
En la cotidianidad estamos sirviendo a falsos dioses, no al Señor
Director del Departamento de estado laical de la Conferencia Episcopal de Colombia
Josué 24,1-2.15-17.18b; Salmo 33; Efesios 5,21-32; Juan 6,60-69
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