Pbro. Rubén Darío García


Pbro. Rubén Darío García Ramírez
El único camino para llegar a conocer el misterio de la Santísima Trinidad es Jesucristo. La Encarnación y la Resurrección de Jesús, nos revelan la acción trinitaria de Dios. A la hora de la Encarnación, el Padre toma la iniciativa de enviar con amor infinito —en el Espíritu— al Hijo eterno. El Hijo recibe también con actitud de amor ilimitado —en el Espíritu— la misión del Padre de hacerse hombre. En la hora de la Resurrección de nuevo el Padre amorosamente —en el Espíritu— realiza la acción resucitadora sobre el Hijo muerto y sepultado y el Hijo acoge amorosamente —en el Espíritu— la acción resucitadora del Padre. Ambos, Padre resucitador e Hijo resucitado, envían al Espíritu vivificador y unificador a la humanidad y a la Iglesia.
En el acontecimiento de la Cruz, el Padre no abandonó al Hijo. Impulsado por su Amor infinito para con nosotros, permitió que Jesús muriera como murió pero, por ser el Padre, no podía abandonarlo ni un instante en la soledad de la muerte. Hubiera sido trinitariamente imposible. Tampoco Jesús, como Hijo humanado, podía dudar en absoluto de la presencia y solidaridad del Padre cuando experimentó en la cruz la soledad engullidora de la muerte. Un pensamiento fugaz de duda admitida por parte de Jesús con respecto a la presencia amorosa del Padre, era también trinitariamente imposible.
Jesús dice: “El Padre y yo somos Uno”. En esta unidad surge el Amor entre los dos: el Espíritu Santo. Luego, donde está el Padre están el Hijo y el Espíritu; donde está el Hijo están el Padre y el Espíritu; donde está el Espíritu están también el Padre y el Hijo.
La buena noticia es que este Amor entre las Tres Personas, en la unicidad del único Espíritu, ya está dentro de ti y de mí. La Sagrada Escritura nos revela que: “el Amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu que se nos ha dado” (Rom 5,5). Pensemos en el bautismo: por el sacramento del bautismo hemos sido sumergidos en la muerte de Cristo para que tú y yo, de modo gratuito, pudiéramos recibir el mayor don de Dios Padre: “resucitar con Él”. Hemos recibido un Espíritu de Libertad. El creyente en Cristo es un ser libre, que vive seguro en todo, porque sabe que nunca está solo: la Trinidad está con él.
Delegado Arquidiocesano para la Pastoral
Vocacional y Movimientos Apostólicos
Éxodo 34, 4–6; 8–9; Daniel 3, 52–56; Corintios 13, 11–13, Juan 3, 16 -18.
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