Pbro. Rubén Darío García


¡Cuánta soberbia serpentea en nuestro entorno! La soberbia distorsiona conceptos, corrupción y hace ver a toda iniquidad como algo “normal”. La soberbia aunada a la codicia produce armas y estrategias para engañar, comprar consciencias, ultrajar, aplastar, despreciar y matar al débil… Y seguir la vida como si nada. Soberbia y codicia que nos hacen preguntarnos ¿dónde está Dios?, ¿por qué al malo le va bien?, y ¿la justicia de Dios?
La Palabra resuena como una trompeta: “Llegará el día en que todos los orgullosos y malhechores serán como paja, los consumirá el día que está llegando y no les dejará copa ni raíz”. Este día, terrible y glorioso, es el día del Señor. Entonces toda montaña que se encumbra se abajará; todo soberbio desaparecerá: ¿Quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién se tendrá en pie cuando aparezca? “Pero para vosotros, los que teméis mi Nombre, brillará el sol de justicia…”. Estamos hablando del fin de los tiempos, cuando el juzgamiento de nuestros actos es preciso, definitivo, justo e incuestionable.
Todos conocemos finales memorables: el día que un padre abandonante tuvo que reconocer su paternidad porque unas pruebas de ADN resultaron definitivas o el momento en que el inocente demostró su verdad y recuperó su libertad… El final de los tiempos de sacrificio, obediencia y arduo trabajo que cumplieron los ciclistas cuando llegaron a la meta: para unos llegó el momento de asumir las consecuencias de sus errores mientras otros subieron al podio, vencedores. Un desenlace a consciencia sobre hechos precisos, pero también la alegría de que esa etapa de la vida ya terminó.
El día en que nació Jesucristo, ya anunció la Cruz en la que, al morir, un terremoto destruiría el muro de odio entre el hombre y el amor. Subido en la Cruz, el Humilde nos hace mirarle para que se destruya en cada uno de nosotros el orgullo. Aquel que lavó los pies a los discípulos siendo el maestro y se sometió a la flagelación y a la corona de espinas, maltratado, no abrió la boca, como cordero manso fue llevado al matadero. El único que puede sacarnos de nuestro egoísmo es Jesucristo, el amor del Padre que ha entrado en nuestro ser. Seguirle a ÉL y obedecerle, ser testigos de Su Palabra y Obra es el secreto para llegar al final del tiempo en paz.
El Evangelio nos alerta sobre una señal de estos tiempos: la persecución contra los cristianos que ya produce desde traiciones y odio entre hermanos hasta guerras entre naciones, acoso, destrucción y muerte. Baste seguir las noticias diarias, pero no tengamos miedo. Enfrentemos el mundo con valentía, Jesús es la medida, Él es el Camino y la Verdad y la Vida. Donde haya injusticia denunciemos, de la iniquidad dejemos constancia, así nos maltraten demos testimonio de la verdad.
Es mejor ser golpeados a causa del bien que padecer por causa de la mentira. Jesús nos dice: “Hasta sus padres y parientes y amigos los entregarán y matarán a algunos de ustedes y todos los odiarán a causa de mi nombre”.
Ánimo hermanos, de igual modo la promesa del Señor no nos defrauda: “Ni un cabello de su cabeza perecerá, con su perseverancia salvarán sus almas”. “Yo he vencido al mundo, no tengan miedo, soy yo, y estaré con ustedes todos los días hasta que se acabe este mundo (Mt 28,19). ¡Es hora de dar testimonio, el mundo está cansado de muchos que hablan, necesita verdaderos testigos!
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