Pbro. Rubén Darío García


Conviene ciertamente hacer un “pare” en nuestra realidad cotidiana y detenernos a mirar nuestra historia, así podremos identificar el sinnúmero de bendiciones que hemos recibido. Nos habituamos a ver lo que, a nuestro criterio, nos hace falta y caemos frecuentemente en el desconocimiento de lo mucho que tenemos.
La mentalidad de producción en la que vivimos en este tiempo, nos ha hecho entrar en una prisa sin freno y nos ha hecho creer que si no somos eficientes, lo que equivale a “si no producimos”, no somos valiosos para los demás y, por lo mismo, no somos “alguien en la vida”.
¡Démonos cuenta de todas las bendiciones que hemos recibido! Hoy el Padre misericordioso hace lo mismo cada día con nosotros. Nos ha hecho partícipes de su Iglesia, es decir, de su nuevo pueblo y nos continúa acompañando a pesar de nuestras faltas de amor hacia Él. Él nunca nos retira su favor; al contrario, si entramos en angustias o en tiniebla y sombras de muerte, nos da su Palabra para alentarnos a vivir cada día. Si hoy, ha llegado la enfermedad a nuestra vida o a algún miembro de nuestra familia o comunidad; si entramos en dificultades económicas o en depresión por falta de sentido a lo que hacemos; si los proyectos que nos propusimos realizar aún no se han cumplido, entonces viene la Palabra de Dios a recordarnos que “somos su pueblo y ovejas de su rebaño” y, por esta razón, no podemos tener miedo a la adversidad ya que Él nos ha llevado “sobre alas de Águila” y nos ha conducido hacia las fuentes tranquilas que manan del costado de Cristo y hechas presentes a través de nuestro bautismo. Pues cuando “nosotros estábamos aún sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por nosotros pecadores” para liberarnos de nuestras esclavitudes y de todas nuestras tinieblas sacándonos, por la resurrección, a la Luz que no conoce el ocaso.
De igual modo, como obró con su pueblo Israel, hoy sigue eligiendo a algunos que le sirvan como guías de su rebaño. Hombres y mujeres que se dejen llenar por su Espíritu para que puedan conducir a su nuevo pueblo. En efecto, ¿cómo puede llegar a conocer a Dios quien no ha escuchado hablar de Él? Necesitamos quién anuncie el maravilloso Amor que el Padre ha tenido por todos los seres humanos y quién dé a conocer a su Hijo Jesucristo por el que este Amor ha sido manifestado plenamente. Es por esto por lo que, así como eligió a doce discípulos para hacerlos sus apóstoles, hoy sigue llamando a muchos para que, estando con Él lleguen a amarle y puedan ser enviados para hacerlo amar por todos. Los invito a orar por las vocaciones para que el Padre envíe obreros a su mies.
Vocacional y Movimientos Apostólicos
Éxodo 19, 2-6; Salmo 99,2.3. 5; Romanos 5,6-11; Mateo 9,36-38; 10,1-8
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