Pbro. Rubén Darío García


La Palabra de hoy nos coloca frente a la realidad del amor. Una palabra que, podríamos decir, la malgastamos en concepciones fatuas y muchas veces sin sentido. Nos falta profundizar en el hecho mismo del amor y cargarlo de toda la fuerza que contiene. Amar es donarse, es entregarse sin reservas, es estar dispuestos a subir a la cruz como Jesús, dando la vida en rescate por los otros: “Este es mi mandamiento, que os améis unos a otros, como yo os he amado”.
En esta expresión se nos revela una nueva medida: “Como Yo os he amado”. Jesús nos ha mostrado el amor del Padre, entregándose Él mismo, siendo inocente: “Como cordero manso llevado al matadero”. Nosotros, a causa de nuestros pecados, habíamos perdido la vida y Él, por amor a nosotros, ha asumido las consecuencias del pecado, para que en nosotros fuesen liberadas las ataduras de la muerte.
En este tiempo de Pascua esta realidad del amor se ha manifestado con potencia. Cuando Jesús lavó los pies a sus discípulos ya nos estaba enseñando que el verdadero amor consiste en abajarse delante de la presencia del otro y lavarle los pies: “Pues si yo el Maestro he hecho esto con ustedes, con mayor razón entre ustedes deben lavarse los pies unos a otros, así manifestarán que son mis discípulos”. Lavarnos los pies significa perdonarnos, no devolver mal por mal, bendecir a quien nos maldice, desear el bien a quien nos desea el mal. Aquí está el verdadero amor: “morir por quien nos incomoda o por quien nos desinstala”.
Las raíces de nuestras angustias y de nuestras guerras están en la soberbia, en la búsqueda de nosotros mismos y en el cumplimiento de lo que nosotros creemos que necesitamos. Las divisiones en las familias; los odios, rencores y resentimientos; la luchas entre los mismos hermanos; la discriminación y marginación; las contiendas políticas cargadas de maquinaciones y fraudes; los suicidios, abortos, eutanasia; ideología de género aplicada a los niños y todas las formas de atentado contra la vida, son consecuencia de una pérdida del amor o más precisamente de una ausencia del verdadero amor. Necesitamos dentro de nosotros la realidad del amor sin límites, sin condiciones, sin reservas.
Nuestras familias necesitan aprender el “arte de amar”. La felicidad se alcanza sólo amando, no hay otra forma. Pero el amor tiene un nombre concreto, es “amor al enemigo”. Este amor, no es una idea, un conjunto de doctrinas, este amor es una persona concreta, un acontecimiento verdadero y se llama: “Jesús”. Es por esto por lo que la Eucaristía es el grado más alto del amor, porque en Ella, Él se nos da como alimento, se despoja de su vida para que nosotros tengamos la vida. En la Eucaristía se manifiesta el amor por el otro como don de Dios para nosotros. En la Eucaristía la vida se nutre de la Vida.
¿Qué tan dispuestos estamos a dar la vida por los otros? ¿Pasa por nuestra mente el hecho de poder morir para que los otros tengan la vida?
Hechos de los Apóstoles 10,25-26. 34-35.44-48; Salmo 97; 1 Juan 4,7-10; Juan 15, 9-17
Director del Departamento de estado laical de la Conferencia Episcopal de Colombia
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