Pbro. Rubén Darío García


La Palabra de Dios nos ayuda a vivir encontrando el sentido de nuestra existencia. Por ausencia de conocimiento corremos el riesgo de perdernos y llegar al final del camino sin haber Vivido.
Hoy asistimos a la curación milagrosa de una enfermedad, y se nos ilustra sobre la única manera de obtener sanación a las enfermedades que vive nuestro pueblo: Conocer que es solamente Jesucristo quien tiene el poder de curar.
Naamán, un hombre sirio, jefe del ejército del rey de Arám y muy estimado por éste, tenía lepra – enfermedad entonces incurable que aislaba e inhabilitaba para la convivencia social-. Entonces, una sierva le habló del profeta Eliseo, asegurando que él podría curarle. Y Naamán fue a verlo…y regresó curado, convertido y en paz.
“Eliseo”, significa “Dios salva”. Si el extranjero Naamán obedeciera la palabra del profeta, sanaría. El poder de la Palabra y su acogida, ya sea por parte de un hijo Judío o de un extranjero, es el mismo.
En el Evangelio 10 hombres enfermos de lepra son sanados por la Palabra de Jesús pero solamente uno, el samaritano, regresa a dar las gracias. Samaría era enemiga de Judea así que quien regresó reconociendo el poder de Jesús en su vida fue un extranjero, un proscrito.
La primera acción es de Curación y la segunda de Gratitud. Naamán agradece reconociendo que hay un solo Dios en Israel y se postra a adorarlo; el samaritano del Evangelio regresa y se postra ante Jesús a dar gracias. Ambos viven ahora la FE.
Que quede claro: Dios salva, cura y para vivirlo en carne propia necesitamos, simultáneamente, (1) Conocer (CREER) que es ÉL quien nos cura; (2) Obedecer SU Palabra; (3) Confiar en que ÉL nos sana independientemente de que seamos de aquí o de allá (FE); y (4) Agradecer.
El mundo actual adora dioses paganos: dinero, poder, lujuria, fuerzas de la naturaleza, nueva era, ideologías vanas... Somos “Idólatras proscritos” contaminados con la “lepra moderna” de corrupción e individualismo, caídos en una trampa de soledad destructora creada por nosotros mismos.
Naamán se curó bañándose en las aguas del Jordán, nosotros nos curamos en las fuentes del bautismo. Naamán tuvo que renunciar a la soberbia del yo que lo sabe todo y asumir la actitud del pequeño que se deja lavar, escuchó la Palabra del profeta y, aunque con testarudez, por indicación de su siervo, obedeció. Y obtuvo curación: “Su piel quedó como la de un niño”. Renovación total, conversión definitiva.
Escuchemos la Palabra de Jesús y practiquémosla para ser sanados. Ego y soberbia son de la estirpe de las idolatrías cotidianas, nos impiden la salvación, nos alejan de Nuestro Dios Uno y Trino a quien necesitamos reconocer presente y vivo en todo momento de nuestra vida y no solamente en fechas especiales.
La única forma de sacudirnos esa “lepra moderna” es dejándonos lavar como “pequeños” para purificarnos de egos, soberbias y demás ruindades. De las fuentes bautismales al bálsamo de la reconciliación: Solo quien se despoja de sí mismo es capaz de regresar a dar gracias y Acción de Gracias es “Eucaristía”. Naamán se comprometió a dar culto sólo al Dios de Israel, nosotros estamos en mora de reconocer, admirar y adorar al Señor JESÚS de nuestra historia, nuestro Salvador.
A Él lo conocemos escuchando su Palabra en la comunidad eclesial y celebrando la Eucaristía. Abandonar ídolos y volver al rostro del Señor como único Señor de nuestra vida. No esperemos más para dejarnos curar de toda enfermedad o es que ¿nos cuesta, como a Naamán, obedecer a la Palabra de Dios, porque el profeta no sale personalmente a curarnos?
Creer, Escuchar, Confiar y Obedecer la Palabra de Dios; Reconciliarnos y dar Gracias; Reparar y Renovarnos. Un camino seguro.
2 Reyes 5,14-17; Salmo 97; 2 Timoteo 2,8-13; Lucas 17,11-19
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