Pbro. Rubén Darío García


Pbro. Rubén Darío García Ramírez
La Palabra de Dios sí que se ajusta al presente: Hay ciegos de nacimiento y ciegos que no quieren ver. En otros textos Jesús encuentra a un ciego, como el de Jericó y este comienza a gritar: “Jesús Hijo de David, ten compasión de mí que soy un pecador”. Este grito detiene a Jesús, quien le pregunta. ¿Qué quieres que haga por ti? Y el ciego le responde. ¡Que vea, Señor! (Cfr. Mc 10,46-52).
Según el Evangelio que escuchamos hoy, el ciego que, ni habla ni pide ser curado, es interpelado por Jesús, quien exclama: “Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo” al tiempo que escupe en la tierra, hace barro y se lo unta en los ojos al hombre para ordenarle “ve a lavarte a la piscina de Siloé”.
Este ciego no grita como el de Jericó, porque se acostumbró a estar ciego, la única realidad que conoce es su tiniebla. Jesús, con el barro, lo desacomoda porque su existencia está “muerta” y no sabe lo que es vivir. En el texto de Efesios, dice San Pablo: “Hermanos, en otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor” y grita con fuerza: “Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz”.
El barro en los ojos del ciego es su sacudida, quizás lo molesta, pero recibe la orden de lavarse en el agua de la piscina de Siloé. El acto de “lavarse” nos recuerda el bautismo: El agua que lo lava, lo purifica y le devuelve la vista… Y el ciego ve y reconoce a Jesús como el Señor.
¡Enseñanza potente! El ciego de nacimiento somos tú y yo; es el mundo actual en el que nos acostumbramos a estar en tinieblas. ¡Cómo nos hemos adormecido buscando a tientas la felicidad en los bienes del mundo, en la vana apariencia!
Con el boom de la tecnología y las ideologías de “emancipación y empoderamiento”, las madres abandonaron el hogar para salir a “ganar dinero trabajando”, se perdió la maternidad, el calor del hogar y la ternura de una madre y esposa. El hombre destiñó su misión de esposo y padre y optó por el abandono de los hijos y la infidelidad. Se materializó un ídolo llamado “culto al cuerpo” y la búsqueda de dinero desplazó la esencia de la familia, su relación con Dios y el sentido positivo del sufrimiento. Nos acostumbramos a pasar por la vida como muertos, infelices. Muchos jóvenes se suicidan porque no le encuentran sentido a su vida.
Podríamos comparar el coronavirus con el barro que el ciego necesitaba para volver a “ver”. No porque Dios envíe sufrimiento, los científicos explican de dónde procede este covid-19. Dios “lo permite” porque puede convertirse en una oportunidad para volver a lo fundamental de la vida y a descubrir lo verdaderamente valioso. Dios no mira las apariencias, Él ve el corazón y nosotros sabemos que, en muchas situaciones, nuestros labios alaban a Dios pero nuestro corazón está lejos de Él.
Este virus nos desacomodó en todo: las bolsas de valores en crisis, el dólar por lo alto, el precio del petróleo por lo bajo, el ambiente de incertidumbre… Una situación que aterroriza. Las medidas gubernamentales para combatir el virus nos hacen regresar a casa, hablar en el comedor, contarnos historias y compartir juntos: un retorno a la convivencia en el hogar. Detrás del coronavirus hay una llamada de Dios a la conversión…y ¡hasta cerraron los abortorios!
La piscina de Siloé será entonces la Vigilia Pascual. En la Noche Santa quedaremos lavados y purificados, renaceremos a una nueva vida y nuestros ojos se abrirán: será la resurrección. Cuidémonos responsablemente unos a otros, pero, sobre todo, no perdamos esta oportunidad cuaresmal para trabajar por la salvación del alma: “Reconciliémonos con Dios”, no dejemos para después porque podría ser ya muy tarde.
1 Samuel 16, 1. 6-7.10-13; Salmo 23(22); Efesios 5,8-14; Juan 9,1-41
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