Pbro. Rubén Darío García


La Palabra habla en presente: ¡Digan los fieles del Señor: “Eterna es su misericordia”! Y una voz de esperanza entona la primera carta del apóstol san Pedro: “Aunque de momento tengan que sufrir un poco, en pruebas diversas, la comprobación de su fe, llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo nuestro Señor”.
Y el Evangelio describe el presente: los discípulos están encerrados en una casa, por miedo a los judíos y desolados por el escándalo de la crucifixión, pero el Señor sí resucitó y llega a ofrecerles la paz verdadera, la que viene de Dios, y a dejar la tarea: “La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío”, pero… Tomás necesita introducir su mano en las llagas, ver y tocar para creer. Jesús le dice: “Dichosos los que crean sin haber visto”. Tomás es nosotros, el Señor resucitó, pero seguimos incrédulos: nos falta Fe. Nuestra religiosidad tiene que evolucionar para convertirse en Fe.
El mundo sufre atacado por una pandemia, sus consecuencias nos están revelando el rostro de Cristo. Tocamos el costado de Cristo cuando compartimos con quienes lo necesitan… Hoy vemos muchos trapos rojos colgados en las puertas de nuestros hermanos, trapos indicadores de hambre, miseria y desamparo. Y hay miles de trabajadores de la salud que están dando su vida por la vida de otros que, crucificados por un virus, desfallecen sin estar preparados para morir, solos y sin sacramentos. Un reto a nuestra identidad católica: Esta cuarentena evalúa qué tan adulta es nuestra FE.
Y mientras el covid-19 recorre casas y hospitales, hay agentes de la muerte que venden abortos a domicilio, celebran fiestas en prostíbulos y reclaman que les dejen “trabajar”; la ideología de género pervierte la infancia y la adolescencia; se engaña, se roba, se traiciona, se violenta: Sodoma y Gomorra siglo XXI. ¡Qué reto para nuestra identidad católica!
En el aislamiento podemos expresar terror, admiración, pesar, gratitud… Pero aún falta lo esencial: ¿De qué se trata nuestra Fe?, ¿Cómo va nuestro proceso de conversión?, ¿Qué hace hoy cada uno por la salvación de su alma?, ¿Alguno, cuando puede salir a cumplir con sus obligaciones, se ha detenido 10 segundos ante la puerta de una Iglesia para saludar a Jesús que nos espera, vivo, en el Sagrario?... ¿Alimentamos el miedo o nos alistamos en un ejército de oración, donación e intercesión por la salvación de la humanidad? La Salvación no está en la ciencia ni en una vacuna, está en Dios.
Hoy, aislados, podemos descubrir el valor de los otros y experimentar la solidaridad y el compartir. Hoy se hace manifiesta la necesidad de la comunidad, la cual fue ya un fruto de la resurrección de Jesús: ¡Los hermanos eran asiduos en la oración, celebraban la fracción del pan, todo lo ponían en común y ninguno pasaba necesidad” (Cfr. Hech 2, 42-47). Hoy tenemos la oportunidad de convertir un castigo (el encierro) en un camino de conversión, recuperar el respeto y la defensa de la vida humana y recuperar la pureza. ¡Estamos aún a tiempo de volver nuestra vida hacia el Señor y no traicionarle más!
La Resurrección de Cristo nos retorna la alegría, nos llena de futuro, nos diluye el miedo, nos abre las puertas…ahora debemos permitir que nuestra FE resucite con Cristo y, con Su Paz en nuestras vida, ponernos a trabajar por la Salvación. “El poder de Dios, por medio de la fe, nos protege para la salvación”.
Hechos 2,42-47; Salmo 117; Pedro 1, 3-9; Juan 20, 19-31
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