Rodrigo Alberto Peláez


Los precios alrededor de US$ 1,00 por libra de café en la bolsa de Nueva York tienen la caficultura de los países que producen suaves trabajando a pérdida. No es un fenómeno de Colombia, los países centroamericanos y latinoamericanos venden por debajo de los costos, representan más de la mitad de la producción mundial de café, y no tenemos capacidad de influir en el precio internacional. Son muchos los congresos convocados por organizaciones cafeteras que han planteado el problema y el diagnóstico de la situación es claro y contundente. Uno de los abanderados en este liderazgo ha sido el gerente de la Federación, Dr Roberto Vélez Vallejo. Durante dos años, en foros internacionales, ha planteado la necesidad de equilibrar las cuentas en la cadena productiva del café, llamando la atención sobre el precio actual, igual al de hace 30 años, el cual no cubre el aumento en los costos de producción y la necesidad de sostenibilidad económica de 25 millones de productores del mundo.
Las voces de la dirigencia cafetera no han tenido eco en los mercados; oímos el discurso de la sostenibilidad, que suena muy bonito, pero a la hora de pagar más por el café, hasta ahí llegan las buenas intenciones. Es hora que el mensaje escale de nivel y sea abordado por presidentes de países productores, como política pública multilateral, como lo planteó en El Espectador, Fernando Morales. Hace un llamado al presidente Duque para que lidere un cambio en la política cafetera y agrícola desde los gobiernos. Plantea que esto no puede dejarse en manos de las instituciones cafeteras permeadas por intereses propios y de multinacionales, como lo hemos planteado aquí también varias veces.
El presidente durante la campaña habló en múltiples ocasiones de la necesidad de constituir un fondo de estabilización de precios que asegure la rentabilidad del productor, pues ese momento ha llegado, la cosecha está empezando y los productores no pueden esperar semanas a que se resuelva la situación. El auxilio de 100.000 millones de pesos al sector, aunque valioso, no soluciona el problema; hay que financiar también acciones que generen diferenciación y valor.
Por otro lado, la institución además de ventilar el problema, debe plantear técnicamente soluciones concretas para enfrentar la situación. Siempre nos hablan de aumentar productividad y reducir costos, esto cual tiene limite, ¿entonces qué queda?: obviamente vender mejor, y en eso poco trabajamos. Estadísticas oficiales muestran el 35 % de la producción con algún sobreprecio por especial, pero en realidad, los diferenciales reales de certificados son insignificantes frente al costo de producirlo.
Hay que plantear una revolución en la forma de producir y vender café. Buen inicio sería no más sellos de sostenibilidad: nos tienen postrados y quebrados. Nuestra sostenibilidad la certificamos los colombianos, y ojalá lo mismo hiciera cada país productor. ¿Hasta cuándo vamos a permitir que este neocolonialismo nos siga llevando a nuestra desaparición? Reaccionemos. Ya el lunes pasado se hizo un ejercicio de no vender café de Colombia por un día, está convocado otro para este mes, hay que apoyar estas iniciativas sectoriales si queremos que oigan nuestras protestas. Avaluemos nuestro café antes de venderlo, pongamos precio con la calidad y salgamos al mundo a buscar clientes que paguen mejor replanteando la gestión comercial. Nuestra estrategia productiva nos ha quitado valor, al vender no lo capturamos para el productor, y seguimos haciendo lo mismo esperando resultados diferentes. Así el consumo crezca, la solución no es producir 20 millones de sacos. Hay que mirar con lupa a quiénes beneficia. Gobiernos, instituciones y productores, cada uno tiene que hacer el papel que le corresponde para superar la crisis, articularlas es el reto.
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