Rodrigo Alberto Peláez


Todo el tiempo hablamos de rentabilidad en la actividad cafetera y técnicamente la relacionamos con alta productividad, entendida como mayor cantidad de kilogramos por hectárea. Cenicafé ha trabajado por décadas en desarrollar variedades de alta productividad resistentes a enfermedades, principalmente la roya. Nos hemos especializado en genética de la productividad, tratando de producir altos volúmenes al menor costo posible. Sin entrar en honduras genéticas (que además no conozco) y visto comercialmente, la producción en volumen, con procedimientos de recolección, beneficio y secado simplificados, ha sido inversamente proporcional a la calidad. Materiales que expresan alta calidad en taza no son comparables en volumen de producción con híbridos, pero sí expresan complejidad y diferenciación, los mayores precios compensan la menor producción. Nuestras variedades arábigas mejoradas a través de años nos han ubicado en un buen café estándar promedio, pero distante de la alta calidad.
El objetivo de llegar a 16 o 20 millones de sacos de producción anual, no redundará en mayor rentabilidad al productor (eso sin considerar las dificultades atinentes a la escasez de mano de obra), si no entendemos que en los negocios modernos, lo que se paga bienes lo que tiene valor agregado. Los commodities han perdido precio y no podemos seguirle apostando a un modelo que cada día es menos competitivo e innovador. Para la sostenibilidad de la institución por contribución cafetera, es obviamente mejor replicar la tributación de seis centavos más veces, pero esto no mejora la sostenibilidad económica del productor. Si analizamos los precios promedio de los últimos años en pesos, el café se ha mantenido en un rango que escasamente cubre los costos o deja algún margen, gracias exclusivamente a la tasa de cambio (tenemos precios en dólares iguales a los de hace 30 años). Si nos acogemos a los costos de producción, según Federación de $70.000 por arroba, contra un precio de venta promedio entre $76.000 y $81.000, vemos márgenes muy estrechos en relación al trabajo, la inversión y el riesgo. Una contribución de 6 centavos, en 154,322 libras americanas de exportación que tiene un saco, cuesta US$1,23 por cada arroba, que a un cambio de $2.850 por dólar da una contribución de $3.509 aproximadamente; es decir los cafeteros tributamos, independiente de la rentabilidad, entre 35 y 40% de nuestro margen de utilidad, en el mejor de los escenarios.
Aunque para la institucionalidad sean muy buenas altas producciones, porque van ligadas a la contribución, para nosotros, es una carga impositiva que se debe invertir con extremo cuidado con gestión gerencial y gremial rentable al productor. De la Federación, en sus diferentes frentes, administración, extensión, comercial y de investigación esperamos resultados que redunden en políticas, estrategias, tecnología y acciones que promuevan conocimiento, calidad, que generen valor y lo capturen, para que no tengamos departamentos comerciales regados por el mundo vendiendo café corriente sometidos a la voluntad de las multinacionales y pidiendo que por favor nos paguen mejor el café.
Es preocupante que la apuesta de valor de nuestra caficultura se enfoque en la producción de commodities. Caficulturas jóvenes como Perú, o de más tradición como Centroamérica o africanos se han especializado en producir café de alta calidad y en pocos años son un referente donde organizan concursos de taza de la excelencia. Pensemos en genética de la calidad como hace un lechero con sus vacas y pastos, solo con diferenciación, material genético de alta calidad, tecnología en procesos y denominaciones de origen podremos hacer propuestas de innovación y especialidad, porque no vamos a poder seguir viviendo del cuento de que somos los mejores. Por andar buscando más plata, se nos olvidó dónde estaba.
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