A menudo nos tildan a los cafeteros de incompetentes y que por eso no somos rentables. La competitividad es la capacidad de ser rentable en relación a los costos de producción y al valor percibido por la venta. Ser competitivos depende, por una parte, de la capacidad de gestión e innovación individual o gremial, pero por otra, variables macroeconómicas y de mercado que se salen de nuestras manos, y no por ello, pueden calificarnos de incompetentes. Una empresa será competitiva si logra producir más a menor costo, con alto nivel de productividad y calidad que se traduzca en rentabilidad. La pérdida de competitividad supone un aumento de los costos que incide negativamente en los márgenes de rentabilidad que amenaza la supervivencia de largo plazo. Pero la competitividad no consiste únicamente en producir más a menor costo, implica también, ofertar calidad y diferenciación que se traduzca en generación y percepción de valor por parte de un comprador que pague más por el bien.
Nuestra industria cafetera fue rentable por décadas en escenarios donde teníamos un producto diferenciado con menos competencia, sin tantos actores pretendiendo acceder a lo mismo. Con mayor competencia, hemos perdido rentabilidad frente a caficulturas que han desarrollado mayor producción a menor costo siendo rentables con los precios actuales. En cuanto a calidad, otros países han construido reputación de valor; cuando vendemos café especial, Colombia no es un referente tan fuerte como lo son los africanos o centroamericanos. Nuestro prestigio en café de alta calidad se está construyendo, por lo tanto tenemos que definir si competimos con volumen y precios o con calidad y valor. Ahí está el gran dilema de nuestra caficultura.
Por otro lado existen variables macroeconómicas y de mercado determinadas por los gobiernos, inversionistas, políticas públicas e internacionales de comercio, especulación y monopolios en las cuales no podemos influir los productores y que determinan la rentabilidad. Ese es el precio que se paga y el riesgo que se corre, por producir materias primas indiferenciadas para mezclas con café inferior. Ha sido la misma fórmula para atacar el mismo problema, con el mismo mal resultado y sobre la cual seguimos insistiendo. Nuestro sector agroexportador ha perdido en los últimos 30 años -dependiendo de las fuentes consultadas- un 75% de su capacidad competitiva con una devaluación acumulada de 235% y una inflación de 314%. Estamos ante un escenario de grandes equivocaciones en lo fundamental: estrategias productivas y políticas macroeconómicas de gobiernos sucesivos.
Cuando usted pierde competitividad y ya no es rentable tiene que ver la forma de reinventar su negocio; la Federación que orienta y determina el tipo de producción que tenemos en Colombia, le ha apostado al volumen de producto genérico a precio de bolsa con una gran desventaja competitiva respecto a Brasil, Vietnam o Indonesia. Además importamos café de mala calidad para la industria local, y en los foros internacionales proponemos aumentar consumo interno favoreciendo productores foráneos. A Colombia y a los productores no nos conviene competir con volumen a precios bajos, tenemos que explotar el potencial que tenemos para café de alta calidad, no podemos darnos golpes de pecho institucionales diciendo que vendemos el 50% de la producción como especial, cuando los sobreprecios que recibimos por ellos son ridículamente bajos, hay que producir calidad y hacer gestión comercial eficiente para capturar el valor que con esfuerzo generan los productores. Pero la Federación teme que baje la producción o no se exporte todo -si consumimos solo café de Colombia baja la exportación- porque también desaparecen 6 centavos por cada libra de contribución. Lo único que nos saca de la incompetencia es ser diferentes a la competencia.
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