Rodrigo Alberto Peláez


Hace un mes escribía sobre las secuelas del infortunadamente llamado “diseño de sonrisa” por moda que está haciendo gran daño a nuestros pacientes y a la odontología. Recibí llamadas de colegas y pacientes quienes manifestando su preocupación y apoyo complementaron aspectos que no mencioné.
Quiero hacer algunas precisiones y enfatizar varios puntos: la odontología restauradora ha tenido avances importantes en las últimas décadas brindando a la profesión y a nuestros pacientes biomateriales, tecnología, robótica, y tratamientos que devuelven la salud, la función y la estética con un alto grado de predicción, longevidad y mimetización con lo natural. Como profesión de la salud, el diagnóstico y la toma de decisiones terapéuticas, debe estar basada en la evidencia científica, con criterios biológicos y éticos individuales. La odontología restauradora no es una práctica lesiva, tiene indicaciones específicas en dientes destruidos por caries, fracturas o desgastes; decolorados o pigmentados por tetraciclinas o fluorosis; con deformidades morfológicas, como dientes conoides, amelogénesis imperfectas, displasias o presencia de diastemas (espacios interdentales).
Pero una cosa es reconstruir o corregir algo deteriorado por alguna causa, y otra muy distinta es: desgastar el esmalte sano, recortar encías para hacer dientes más grandes sin sentido de la integridad del tejido de soporte (especialmente en jóvenes), grabar esmalte con ácido y colocar un material artificial para satisfacer necesidades creadas por medios de comunicación y redes, transformarlos hacia estereotipos artificiales, prefabricados, postizos y transitorios, con alto costo biológico-económico inmediato, en el mediano y largo plazo para la salud dental y periodontal. Hay que ver jovencitos completamente sanos, incluso una vez terminada una ortodoncia, pidiendo que les hagan “diseños” y llevando fotos de cómo quieren los dientes. Hace décadas la moda era caja de dientes a los quince, hoy, es el “diseño”.
Me opongo enfáticamente a una práctica que dejó la prevención, la salud, y la preservación de lo natural, para reemplazarlo por lo artificial. Me opongo a los estragos que hace el desgaste con fresa, destruyendo el esmalte que le hemos quitado a la caries con prevención. Me opongo a gingivectomías y restauraciones innecesarias que causan problemas periodontales inflamando y destruyendo los tejidos de soporte de los dientes. No se le puede seguir vendiendo a los pacientes: “sonrisas perfectas, confianza al sonreír, atraerás las miradas y las oportunidades”, sin importar el precio biológico y económico.
La profesión tiene el deber ético de concientizar acerca de esta moda mutilante. Estamos graduando de las facultades odontólogos “especialistas en carillas”, que aducen una práctica mínimamente invasiva, siendo profundamente lesiva, y que creen, con certeza moral, que hacen lo correcto, porque la educación se imparte en congresos patrocinados por fabricantes y almacenes dentales. Es todo un entramado educativo y comercial disfrazado de ciencia. Estamos ante una generación de redes sociales con una incapacidad fundamental para diferenciar qué es ético, biológico, estético y perenne, frente a lo prefabricado, pasajero, destructivo y fundamentado en estereotipos de perfección banales y artificiales que anteponen el lucro frente a los demás valores. No hay mayor belleza que lo saludable y natural, hemos llegado al extremo de hacer tratamientos “flash” con “diseños” para corregir malposiciones dentarias tratables con ortodoncia, ante el deseo de querer todo ya sin importar las consecuencias.
Tenemos el deber de educar los pacientes, establecer juicios éticos-biológicos midiendo juiciosamente las indicaciones y el balance riesgo beneficio. Los odontólogos no podemos hacer los estragos que no hacen la caries o la enfermedad periodontal. La Odontología ha avanzado demasiado epidemiológicamente para que gran parte de nuestros jóvenes, gracias a la educación y prevención, lleguen sanos a la edad adulta, para destruir tejidos por moda y sembrar enfermedad. Aquí aplica: menos es mejor.
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