El filósofo liberal Jean François Revel, se hacía recurrentemente esta pregunta: “¿Cómo es que la especie humana, no solamente hoy sino a lo largo de toda su historia, ha descuidado a propósito las informaciones de las cuales dispone y que le permitirían ahorrarse una serie de catástrofes?” Este cuestionamiento se vuelve hoy más pertinente que en toda la historia de la humanidad. El asunto es sencillo: estamos acabando con el planeta, nuestra única morada, y no nos damos por entendidos, a pesar de contar desde hace mucho tiempo con información suficiente para entender que nos estamos suicidando en nombre de un supuesto progreso personal y social, y que en ese camino estamos arrasando con todos los seres de la naturaleza.
Dos hechos han coincidido en estos días para confirmar nuestra estupidez. El primero es el desastre: los apocalípticos incendios que han estado ocurriendo en California - USA, Turquía, Grecia, Alemania, Argelia, Bolivia, Perú y la siempre victimizada Amazonía. Cientos de miles de kilómetros cuadrados calcinados y destruidos por completo en un abrir y cerrar de ojos, ante la impotencia de gobiernos y comunidades. Esto de la mano de olas de calor que están sofocando ciudades y personas, causando muerte y gran malestar. Por otro lado China y Japón han padecido inundaciones bíblicas de cuenta de diluvios dignos de Noé. Toda la riqueza y sofisticación japonesa y la fuerza y poderío chinos no han servido absolutamente de nada para calmar las aguas. Muerte, destrucción y sufrimiento por todas partes.
El segundo hecho es el reciente informe, todavía caliente, en todos los sentidos, del Panel Internacional sobre el Cambio Climático – IPCC. Este es un grupo de estudio creado por la ONU en 1.988 ¡hace 33 años! para seguir con rigor científico el fenómeno del cambio climático causado por el efecto invernadero. Este informe, coetáneo a los incendios e inundaciones, confirma por milésima vez que seguimos caminando hacia el matadero. Los desastres pronosticados para 2050 ocurrirán entre 2030 y 2040. Lo que hemos visto es solo la entrada, el plato fuerte está por llegar, y pronto.
La ecuación es sencilla: la mano del hombre, básicamente a través del uso de combustibles fósiles, ha producido un aumento del clima en los dos últimos siglos, este incremento está próximo a llegar a un letal 1.5° centígrados en este período. Pero lo peor, parece que pasará derecho y en 2 o 3 décadas, lo cual está a la vuelta de la esquina, llegará a 2° centígrados. Si a esto le sumamos la producción demencial de plástico, el uso descomunal de herbicidas y agroquímicos, la proliferación de monocultivos, el vertimiento de desechos a las fuentes de agua, completamos un escenario fantasmagórico, materia prima para esas películas distópicas que muestran a humanos harapientos trepados en unos vehículos que son una acumulación de chatarra oxidada.
¿Cuál es la causa última de esta tragedia que produce náuseas? Nuestra codicia, avaricia y angurria. Nada hemos cambiado en milenios. Hoy se siguen adorando becerros de oro. La corrupción del alma que portamos como individuos y sociedad se manifiesta básicamente en un deseo siempre insatisfecho que siempre pide más y más. Más dinero, más propiedades, más viajes, más ropa, más fama, más poder. No hay inocentes, todos cargamos nuestro pecado. Pero a la cabeza están los gobiernos, los políticos criminales, las empresas que explotan sin medida los recursos naturales y las que tramposamente invitan a consumir más y más.
Un ejemplo de bellaquería de los políticos: en 28 años de creación del ministerio del medio ambiente, solo dos ministros han sido conocedores y sensibles a los asuntos ambientales. Los demás han sido ignorantes y anodinos personajes que ni sabían del tema y ni les interesaba. Otro ejemplo: seguir insistiendo en el fracking y la economía extractivista.
¿Podemos hacer algo los ciudadanos? Claro que sí. Primero que todo, elegir mandatarios serios con el tema y exigir permanentemente a las autoridades. Y paralelo a esto comportarnos con responsabilidad en nuestra vida diaria. Son decenas las acciones que podemos emprender, todas fundadas en calmar nuestra ambición y aplicar el sabio refrán de que menos es más, por lo menos en este caso.
Hay que aquietarnos, calmar el hambre de poseer y llevar una vida más sencilla.
París se pudo salvar en 1944 ¿lo logrará el planeta entero?
Muchas comunidades indígenas y campesinas están haciendo el trabajo que los citadinos no hacemos, es hora de aprender de ellos, seguir su ejemplo y protegerlos. Invito a ver este reportaje del canal DW:
https://www.youtube.com/watch?v=oetArARdTiE&t=70s&ab_channel=DWEspa%C3%B1ol
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