El lunes pasado, de madrugada, para no incomodar, el exmagistrado Javier Henao Hidrón enrocó largo y se volvió eternidad.
Su familia dio la noticia en voz baja: “Hoy al amanecer murió mi hermano Javier. Luz Marina”.
“Lo recogió el silencio”, digámoslo en palabras de su biografiado gurú, “Fernando González, filósofo de la autenticidad”, título del libro reeditado en siete ocasiones.
Convirtió en apostolado su devoción por el Brujo de Otraparte cuyo legado se empeñó en divulgar. “De él aprendí, en esencia, la lección consistente en no mentir, en encontrarse a uno mismo, en no pretender ser otro”, admitió en una ocasión.
Su vida fue una especie de bolero al revés: primero se casó con Mónica, su esposa argentina. Después se conocieron y se enamoraron.
A Mónica, políglota y traductora, el azar la trajo un diciembre a Medellín. Se conocieron en casa del tímido Javier. Cupido se movió en la sombra. A los siete días, en vísperas de su regreso de ella a “gaucholandia”, la pareja se comprometió.
Después vendrían la epístola y Gonzalo, el hijo. De los viajes que hacían dejaba certera memoria en libros documentados, bien escritos y fáciles de leer como mirarse al espejo.
Con generosidad, sin pasar cuentas de cobro, conjugó el verbo compartir. Se gozó el “carpe diem”. A partir de su voz, de su mirada, de su forma de escribir y de vestir, irradiaba tranquilidad. Y envidia, dicho sea de refilón.
Vivió sin estridencias, sobria, severamente, con una cierta sonrisa, otra de sus marcas de fábrica. Provocaba invitarlo a ver crecer la yerba.
Encarnaba el caballero total. Lo reconocieron amigos suyos como Omar Flórez Vélez y Fernando Panesso. Rodolfo Segovia, presidente de la Academia Colombiana de Historia, comentó que Henao Hidrón iba a ingresar ayer como miembro correspondiente.
Hizo bien la tarea como jurista, escritor, educador, biógrafo, historiador, funcionario, viajero, ajedrecista, hombre de grandes disciplinas intelectuales.
Modestia, apártate, porque debo decir que me distinguió con su amistad. No me retiró el saludo ni la mirada cuando bauticé a su familia como la “tribu Henao Hidrón”.
La afición por el ajedrez nos niveló por lo alto. Claro que nunca lo reté a jugar porque procuro escoger enemigos pequeños para poderlos derrotar. Al otro lado del tablero, me habría vuelto ripio.
De pronto nos reuníamos en Bogotá para tomar el algo en Oma de la ochenta y pico. La velada empezaba y terminaba a la hora exacta.
La última vez que le estreché los cinco claveles fue hace tres años en la inauguración del Parque Cultural y Ambiental Otraparte, construido con aportes de la Alcaldía de Envigado, el Área Metropolitana, Comfama y la Corporación que preside Gustavo Restrepo. Echó cháchara de la buena con el actor Emilio Arango, reencarnado ese día en Fernando González, y con David Escobar, director de Comfama.
No lloramos su muerte, celebramos su intensa vida.
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