El finado exparlamentario conservador Alcibíades Díaz Aristizábal nos quedó debiendo una crónica en la que se iba a ocupar, en su fluida prosa, de una singular tripleta caldense conformada por los extintos hermanos Ómar, Fernando y Gilberto González, de Filadelfia, a los que solía apodar los Trepangos, por considerarlos unos expertos en el arte de adular, sobar chaquetas, repartir incienso y halagar sin medida a los poderosos, con claros intereses personales.
El fallido biógrafo de los cuñados del exdiputado Guillermo Ramírez Giraldo, “Araña Roja”, se asombraba ante los alcances del trío que trepaba sin escrúpulos en la escala social y política, con la misma facilidad de un cuclillo o un pájaro carpintero o de una planta que se encarama en lo más alto de un jardín. La Parca se los fue llevando uno por uno, hasta no quedar ninguno en la escena política.
Cabe hacer esta salvedad: Trepadores que hicieron historia en el buen sentido de la palabra fueron, en las memorables Vueltas a Colombia en bicicleta, narradas magistralmente por Carlos Arturo Rueda, los valientes ruteros encabezados por Ramón Hoyos Vallejo, al escalar a pedalazo limpio los empinados premios de montaña de primera categoría.
El gran Alcibíades fue alcalde de Filadelfia en dos oportunidades: de febrero de 1953 a febrero de 1954, en el mandato del gobernador José Restrepo Restrepo. Diez años antes, en 1943, tuvo una palomita muy fugaz, de solo dos meses, siendo gobernador Ernesto Arango Tavera.
En su primera alcaldía filadelfeña dictó un decreto que prohibía el uso de la ruana, porque en el pueblo sembraba el terror un matón que usaba este elemento para camuflar el arma de fuego con la que atacaba a sus víctimas, militantes del Partido Liberal. Se llamaba José Gómez y acondicionaba la ruana ampliándole el cuello, por donde asomaba su cigarro para camuflar el humo que dejaba al accionar el arma, y usaba un pequeño gorro al estilo Sherlock Holmes, el rey de los detectives londinenses. En su momento se dijo que había sido una alcaldesa, pero el decreto se replicó en varios pueblos de Boyacá con el mismo objetivo. Hasta un disco parrandero decembrino grabaron en Medellín, sacándole jugo a este insólito episodio que algunos de sus gobernados calificaron como una “clásica alcaldada”.
Vida y muerte del personaje: Alcibíades Díaz Aristizábal nació el 16 de febrero de 1928, en San Diego (Samaná), y murió el 8 de diciembre de 1988, es decir, a los 60 años, 9 meses y 22 días de edad.
Su fallecimiento ocurrió un año y tres meses después del atentado sucedido el 17 de agosto de 1987, contra el exalcalde de Riosucio Orlando Agudelo, en su residencia, quien resultó muerto. Alcibíades recibió dos impactos de bala, uno le rozó una oreja y el otro le interesó un riñón. Fue sometido a tratamiento en una clínica de Manizales y logró recuperarse. Al tiempo sufrió golpes en un accidente doméstico y recayó, sobreviniendo su lamentable deceso. Pero, el atentado no iba contra él, quien estaba en una reunión política con varios amigos y sirvió de “gancho ciego”.
Una noche, en una tertulia política, en el Café Osiris, supo salirse con la suya cuando alguien lo acusó de “haberse robado la Cooperativa de Municipalidades de Caldas”, cuando la gerenció. Don Alci le contestó a su fiscal gratuito: ”No sea pendejo, hombre. Nadie se ha robado la Cooperativa. Allá está todavía, al pie del Comité de Cafeteros”.
La apostilla: Ni en las vacaciones navideñas le daba descanso a la familia del amo de turno, con su asedio, el tambor mayor de los trepadores filadelfeños. Un mediodía, mientras almorzaban en una finca cerca de Viterbo, el ama de casa le preguntó -pretendiendo deshacerse del lagarto- si no le hacían mucha falta su mujer y sus hijos. Velozmente, el chupamedias le respondió: “A mí no me hacen falta, señora, pero si ustedes me prestan el carro, yo voy por ellos y me los traigo en un dos por tres”…
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