María Carolina Giraldo


Decía Orlando Sierra que la palabra era lo que quedaba del silencio. Aunque esta puede ser una de las formas más bellas de explicar el proceso reflexivo que debe acompañar la escritura, así como la formación de un juicio o de una opinión; no es la primera vez que se recomienda la pausa, la quietud, la reflexión, la tranquilidad antes de estructurar una idea y hacerla pública. Es común que las personas que se dedican a profesiones u oficios que implican escribir de manera sistemática, repetitiva y ordenada: escritores, periodistas, académicos, filósofos… hayan padecido del síndrome de la hoja en blanco. Ese momento en el cual se está enfrente del papel, o mejor, de la pantalla vacía y la mente alcanza casi un estado parecido al que describen los ascetas hindúes como instante meditativo: el pensamiento queda vacío de todo contenido, palabras, imágenes, sueños o aspiraciones. Este es, definitivamente, un momento de angustia, sin embargo después del bloqueo inicial se depuran las ideas, se estructura el pensamiento, se organizan los argumentos. También hay períodos en los que, simplemente, vale la pena no decir nada, quedarse en silencio.
El internet y las redes sociales han servido de escenario para que todos tengan plataformas públicas para expresar sus opiniones. Para tener lectores o seguidores ya no es necesario escribir un libro, ni una columna de opinión, ni tener una tribuna política, ni un espacio en un periódico, un programa de radio o de televisión. Esto, que es muy positivo, trae como consecuencia negativa que haya una menor curaduría y verificación de la información que se comparte y difunde en las nuevas plataformas. Esta nueva situación demanda que, todos aquellos que participamos en el debate sobre lo público en estos escenarios tecnológicos, nos tomemos tiempos de lectura, reflexión y crítica antes de compartir un juicio o un contenido. Que verifiquemos las fuentes, que analicemos la veracidad y credibilidad de la información que estamos compartiendo o replicando. Esta falta de minutos de silencio ha hecho que algunas personas, que deberían cuidar su dignidad en virtud del rol que representan, inventen, a través de su cuenta de Twitter, que han sostenido diálogos abiertos y sinceros con presidentes de otros países, cuando solo se ha cruzado un saludo o que publiquen conversaciones que han mantenido con personajes imaginarios, como niños de 3 años que juegan con amigos que no existen.
Ahora está de moda, en un buen número de países democráticos y occidentales, utilizar la polarización de las ideas como alternativa política, azuzar enemigos ficticios para buscar adeptos en las urnas. La estrategia incluye exacerbar el miedo para ofrecer salidas mesiánicas como planes de gobierno. El resultado: sociedades divididas, nuevas y fortalecidas formas de exclusión y odio. Ante este escenario, es fundamental que los ciudadanos hagamos un trabajo crítico sobre la forma en la que participamos en política. Esa reflexión implica minutos de silencio, que permitan tener una mirada compleja y completa frente a las afirmaciones, hechos, noticias y opiniones que nos difunden los medios, los líderes políticos y religiosos y sobre los juicios y contenidos que nosotros mismos compartimos. Así pues, cuando uno se aproxima a la información que circula en Internet y en las redes sociales vale la pena seguir el consejo del juez Meltzer y preguntarse: ¿es esto cierto? ¿daña a alguien? ¿es útil? ¿edifica? ¿vale la pena perturbar, con esto, el silencio?
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