¿Qué encubren los caminos de la contienda electoral en desarrollo? sombrío panorama el que se percibe. Causa estupor el nivel de radicalización, un diálogo que aún carece de propuestas concretas ante la realidad nacional; mientras tanto, los colombianos, esos que observan un horizonte de incertidumbre, se preguntan: ¿para dónde carajo nos dirigimos?
Este es justamente el escenario que debemos analizar con un poco más de detenimiento para interpretar de manera objetiva los mensajes, que, sin lugar a dudas, ocultan engaños y astucias en un discurso que tiene como objetivo fundamental confundir y crear realidades seductoras a partir de argumentos falsos; una especie de confusión con verdades, o bien falsedades ligeramente expuestas con una fuerte capacidad de seducción, pero finalmente distantes de ser materializadas en una escena democrática y por supuesto insostenible.
Tratemos de acercarnos al discurso de la confusión, lo que llamaría las “arengas de la seducción”.
Utilizamos ya de manera genérica la palabra “populismo”, pero habrá que tener un poco de cautela en su verdadero significado. En sí, el populismo, y bien lo describe Moisés Naín, no es una ideología, ni mucho menos una corriente de pensamiento histórico, es tan solo una estrategia para alcanzar el poder por la vía de las urnas; observe que no utilice por la “vía democrática”, dado que la estrategia del populismo se afinca en dos grandes pilares que la apartan del juego transparente de la libre voluntad del elector, que termina embrollado en disertaciones sugestivas; ligeramente ciertas, verdades a medias que no construyen un modelo de sostenibilidad democrática.
El primer pilar en el cual se afinca el populismo es la polarización, a través de la cual se busca crear división, promover las diferencias, atizar la indignación, la ira y la rabia, desconociendo toda posibilidad de acción. Para ello los populistas recurren al desconocimiento de lo institucional y del fracaso de las políticas puestas en marcha, con gran contenido de fanatismo y de engaño popular y del ofrecimiento de dádivas, que en la práctica tienen escasas posibilidades de ser materializadas y carecen de viabilidad económica.
Son frecuentes los discursos matizados con propuestas inviables que tienen como objetivo primordial capturar el interés del ciudadano, y se apoyan en el mito de proscuto, maquillando e interpretando las estadísticas, así se distorsione la realidad de hechos; no obstante, lo relevante es la arquitectura del mensaje, con verdades a medias que enredan a los votantes, los encantan, excitando de nuevo la polaridad. Este sería el segundo pilar denominado posverdad; que en ocasiones suele ser más perversa que la mentira, su mensaje es premeditado y en ocasiones inventado, con una tramoya que hace difícil diferenciar lo verdadero de lo ilusorio; aguas tibias que obstaculizan identificar que es cierto y que es falso; esa duda la reiteran y la convierten en el hilo conductor de los discursos, una especie de superstición que falsea la realidad.
Es hora entonces de entender el juego de la contraparte, su estrategia no es de poca monta, el discurso es persuasivo y encantador, saben que la indignación colectiva es una realidad no solo en Colombia; pero lo relevante es comprender que tienen perfectamente identificadas a sus audiencias, conocen como llegarles y excitarlas con mensajes y alocuciones públicas.
Mientras tanto, la opacidad en el camino a la elección presidencial se llena de nubarrones y de ausencia de un discurso de mayor contenido de realidad país; es hora de soltar amarras, de abandonar la sola disertación de los éxitos personales. Los electores quieren escuchar propuestas potentes y viables, que nos hagan soñar sin engaños, que nos trasporten a un mundo de sostenibilidad democrática de un gran contenido social, con equidad y oportunidades de futuro, que la incertidumbre que nos rodea se convierta en esperanza; pero desde la división y un discurso que no acaba de convencer, los caminos se tornan opacos.
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