La tumba vacía, las vendas en el suelo, la Resurrección de Cristo está llena de profundas imágenes en el Nuevo Testamento. Pero también pasan por lo que podríamos denominar un hecho histórico, la aparición a muchos, entre ellos la de las más de 500 personas referida en el Carta a los Corintios por san Pablo. Pero lo más importante es la experiencia de resurrección en los corazones de los discípulos. Y a ella debemos apuntar todos, a vivir esa experiencia trascendente. Esa es la gracia que debemos pedir en este tiempo de Pascua para cada uno de nosotros.
El itinerario de la resurrección fue bastante completo. Antes de la resurrección como tal, Cristo desciende a los infiernos, para allí con los muertos, cumplir la promesa de salvación. Liberar a los que se encontraban allí bajo el yugo de la muerte. Los liberó. Y al tercer día resucita, a una vida nueva, distinta a la espacio-temporal que nosotros manejamos. Sin embargo, se manifestó antes de subir a los cielos. Recordando la misión que tenemos en nuestra vida terrenal y particularmente animando a los discípulos.
Ahora bien, ¿cómo leer este tiempo de resurrección? O mejor, algo que va más allá: ¿Cómo podemos vivir la resurrección? Una clave para ello la da san Ignacio de Loyola al final de los Ejercicios Espirituales, en lo que él llamó La Contemplación para alcanzar el amor. Inicialmente, san Ignacio dice que hay que poner más el amor en las obras que en las palabras. Es decir, que hay que pasar a la acción, no hablar tanto, y hacer. En segundo lugar, dice que el amor es comunicación entre personas y constituye principalmente dar de lo que se tiene, allí indica como ejemplos: sabiduría, riqueza, honores… Así pues, la clave de la resurrección está en dar y darse, de lo que uno es y posee. Pasa por la entrega, como lo hizo Jesús en el extremo de donación, en la cruz.
En una segunda instancia, san Ignacio, invita a que tomemos consciencia de tanto bien recibido, para que así, sintamos ese deseo de servir. Más adelante invita a contemplar cómo Dios está presente en todos los encuentros. Para luego considerar cómo Dios está actuando en todos los seres y situaciones. Finalmente, “mirar” cómo todos los bienes recibidos vienen de arriba. Mirar con los ojos interiores, mirar con el corazón. Para terminar hablando con Jesús como con un amigo.
Este proceso nos lleva a esa intimidad con Jesús en nuestras vidas, intimidad que nos lanza a servir a los demás. A estar disponible para colaborar con la misión de Dios en la vida.
“Si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe”(1 Co 15, 14). La Iglesia así lo instruye: La Resurrección constituye ante todo la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó. Por ello, vivir la resurrección es sentir esa fuerza interior que nos lleva a entregarnos a los demás. Y esta es la gracia que debemos pedir en esta época de Pascua, sentir profundamente la presencia de Jesùs en nuestros corazones. Para que podamos resucitar en nuestra vida. O como dice san Pablo, para que desde esta vida podamos “saborear” lo que será la vida eterna.
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