Luis F. Gómez


La pandemia ha golpeado con mayor fuerza a los más vulnerables. Y por ello, la recuperación se debe enfocar a generar empleo para recuperar los más de 4 millones de puestos de trabajo que el manejo de la pandemia ha desaparecido, y que han hecho pasar, de la noche a la mañana, a miles de personas de vulnerables a pobres. La batalla que íbamos ganando con la reducción de la pobreza en los últimos 20 años, la pobreza pasó del 50% al 27%, la perdimos por cuenta de la pandemia en un trecho muy importante. Hoy se estima que volveremos al estadio que estábamos en 2012 o 2013, perdimos como 4 o 5 años de reducción. Se estima que el 38% de la población es pobre actualmente. Por ello, estudiosos de la equidad en el país, como el economista Roberto Angulo, manifiestan que el plan de recuperación económica tiene que tener un acento pro-pobre.
En un país con tantas y marcadas desigualdades, se generan unas fracturas sociales muy dolorosas que, además, se convierten en obstáculos para el mismo crecimiento por la negación de oportunidades básicas a parte importante de la población. Por estrategia de competitividad hay que reducir la pobreza.
De otra parte, hay que parar los efectos dominó de la pandemia. Luego del primer golpe por la pandemia en salud, está siendo seguido por las consecuencias del manejo de la crisis a través del confinamiento, de la ola de pobreza por la recesión económica. Otros consideran que vendrá una ola de consecuencias de salud mental. Y en nuestro país tan propenso a las vías de hecho, la pobreza puede propiciar una última ola de violencia. Hay que parar cuanto antes esta cadena de efectos. De allí, que la recuperación debe tener un énfasis social.
¿Y qué puede detener la pobreza? Hay tres componentes claves en las variables que pueden afectar directamente el nivel de pobreza de un país. Primero que todo está el crecimiento económico. En la historia reciente la caída del crecimiento fue reduciendo la velocidad en que veníamos disminuyendo la pobreza. La evidencia empírica señala que el mejor conductor directo para reducir la pobreza es el crecimiento económico. Debemos apuntar a crecer, en sectores intensivos en mano de obra. El Gobierno debe discernir a dónde dirigir los escasos recursos de la reactivación.
En segundo lugar, la reducción de la pobreza se logra con la política pública de distribución, que se hace a través del gasto social focalizado. En ello, hemos tenido un excelente comportamiento en los últimos años y durante la pandemia. Todo ello, gracias a la bancarización que programas sociales con intermediarios financieros. Esta es una manera muy importante para complementar el impacto positivo del crecimiento en la reducción de la pobreza, pero que tiene límites. La evidencia histórica muestra que se ha logrado máximo una baja en la pobreza de 4 puntos porcentuales al año gracias al gasto social focalizado como las transferencias condicionadas y no condicionadas. Aquí tendremos que seguir puliendo la idea de la renta básica de subsistencia.
Finalmente, el tercer elemento que genera impacto en el nivel de pobreza es la inflación. La evidencia empírica de los últimos años indica que siempre borraba parte del efecto de los otros dos factores: Sumaba el crecimiento más el efecto distribución, pero el efecto inflacionario resta parte del positivo. Si bien la inflación está en niveles históricamente bajos, la política monetaria, y en particular la idea del préstamo del Banco Central al Gobierno, debe medirse con cuidado, para no generar un proceso inflacionario por cuenta de estas inyecciones de dinero para gasto fiscal. Seguramente habrá un justo medio, que ayude a dinamizar el crecimiento sin que genere ruido especial.
Éticamente, las decisiones del plan de recuperación deben acentuar en su característica “pro-pobre”.
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