Un artículo de Natalia Gaviria en La República advertía que Colombia retrocedió en paridad de género y cayó al puesto 75 en un estudio del Foro Económico Global, anunciando que tenemos una brecha de 132 años que, no obstante, se sigue incrementando. Esta realidad es inadmisible porque sabemos que a la inequidad de género se suma el racismo, la desigualdad económica, la violencia, la discriminación etaria, el retroceso en derechos, el desequilibrio en el poder y otras descompensaciones que profundizan y acrecientan la brecha de equidad ya de por sí muy grande.
Uno de los apartados del Informe de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad (CEV) se dedica a las mujeres y personas LGBTIQ+ bajo el nombre “Mi cuerpo es la verdad”. En este compilado de 408 páginas se muestra cómo a la violencia política que sufrieron hombres y mujeres en manos de paramilitares, guerrillas, delincuencia y fuerza pública, se sumó la violencia cotidiana y las situaciones de exclusión social que las afectaron más a ellas que a otros. Ellas sufrieron de manera más extensa las rupturas en sus tradiciones ancestrales, la separación de sus familias, la pérdidas de sus formas de producción tradicionales colectivas y las prácticas ancestrales que les permitían vivir en armonía con los demás y con el medio ambiente.
En este mismo informe queda en evidencia que las mujeres, sin embargo, han sido las primeras en movilizarse para buscar a sus familiares y para reclamar públicamente lo que les acontece. Han sido también las primeras en reorganizar a sus comunidades e iniciar procesos de recuperación de saberes y de siembra. Ellas, nos dice el informe, han desafiado los poderes armados con su negativa a someterse y a rendirse, organizando resistencias y “juntanzas”, para salir adelante, habiendo perdido a sus hijos, esposos y familias.
Las mujeres, por vivir en medio de la inequidad y la desigualdad en superlativo, necesitan ser priorizadas y atendidas por la política pública. Entre las asignaturas pendientes para avanzar en la disminución de las brechas tenemos; mejorar el acceso a fuentes de financiación; igualdad y equidad frente al ingreso y al acceso a la tierra y a la propiedad; lograr hacer real el derecho a la educación en todos los niveles y, a la formación en programas STEM; protección contra las violencias, equidad en las labores de asistencia y de cuidado que generalmente ellas realizan preponderantemente en la familia; atención y asistencia psicosocial ampliada para seguir profundizando en la memoria del conflicto desde su punto de vista, generación de garantías para el ejercicio amplio de todos sus derechos y reivindicaciones; reconocimiento y exaltación de sus historias, logros y hazañas para inspirar a la humanidad, procurar el equilibrio y la paridad en el poder, por solo mencionar algunos aspectos.
La equidad de género no solo es un imperativo ético, también es socialmente estratégico porque el reconocimiento y la inclusión de toda diversidad permite identificar y entender de manera amplia lo que el mundo necesita y trabajar en ello. Con el informe sobre el paso atrás en la equidad y el reciente informe de la CEV, tenemos a flor de piel la conciencia de la necesidad de hacer un cambio y apoyar desde donde estamos, todos los esfuerzos por cambiar la situación que tiene en desventaja y con una herida profunda a la mitad de la humanidad, a nuestras mujeres, nuestro baluarte y futuro.
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