Luis F. Gómez


En momentos de gran tensión social, de calamidad, de enfermedad y de muerte, la humanidad apela a su capital social en términos de confianza. Necesita como el aire que respira poder confiar en otros; ya no solamente en su círculo cercano de amigos y de familiares, personas conocidas y de las que se espera lo mejor, sino que necesita confiar en quienes no conoce, individuos y grupos que tienen conocimiento para afrontar un peligro o amenaza y, también necesita confiar en instituciones en las que deposita la expectativa de que actuarán de forma justa, correcta, transparente y valiosa para la sobrevivencia de todos.
La confianza individual y social se puede ganar, mantener o deteriorar, se puede aumentar o disminuir en distintos momentos y bajo ciertas condiciones a lo largo del tiempo, pero no hay duda de que es, como lo dijo Jon Elster, el cemento de la sociedad, la base de la cooperación, lo que hace que funcione, lo que hace que las personas se unan para enfrentar sus más grandes amenazas. Nadie puede pervivir individualmente y lo que nos une y nos hace colaborar, es la confianza que podemos construir en alguien, en otros, en todos.
En Colombia, desde hace buen tiempo, nuestro capital social generado con la Constitución del 91 se ha ido deteriorando, vivimos fisuras de confianza en nuestras instituciones políticas, hemos visto en nosotros y en nuestros cercanos, escepticismo, desencantamiento que hace apenas unos meses se expresaba en la calle en marchas y protestas que parecían sin control. Esta crisis de confianza parecía poner en cuestión múltiples esquemas sociales, imperantes en lo económico y político. Acuerdos de Estado se planteaban en las cumbres de diálogo social. En medio de estas grietas de confianza, nos estremeció un enemigo “pequeño”, pero demoledor, el covid-19. La naturaleza nos recordó que, pese a nuestras diferencias, al final tenemos esta vulnerabilidad suprema a su fuerza y a su determinación y que necesitamos volver a confiar los unos en los otros para poder resistir.
La confianza emerge renovada entre nosotros, pero esta vez mira a otros en la sociedad y deposita en ellos sus posibilidades de futuro, los científicos de muchas disciplinas, en particular los científicos de la salud, la biología y la genética, pero también la ingeniería, la economía y las ciencias sociales en general. También se empezaron a aplaudir y reconocer a los profesionales de la salud, los cuidadores y todos aquellos que en lo cotidiano y de manera permanente y callada nos ayudan a sustentar la vida. Su palabra, sus recomendaciones, sus acciones, sus prescripciones nos determinan y hoy se replican a través del gobierno nacional y local para ordenar los comportamientos sociales públicos y privados en función de la sobrevivencia global. Reconocer a estos actores que han sido invisibles e incluso “ninguneados” en muchos momentos parece hoy una actitud social ventajista y profundamente racional orientada a mitigar el riesgo en que vivimos actualmente, pero también es una gran enseñanza para toda la humanidad.
Todo volvió a cero enfrentados a la vulnerabilidad de la vida, se revalorizó el conocimiento y lo cierto y no solo la política, se apreció la ciencia con sentido social y práctico pero de la mano de la ética para buscar el bien mayor y se valorizó el servicio y no solo el poder, como guías de nuestras actuaciones; el liberalismo sin control entró en crisis, las prácticas de dominio global se tensionaron por la necesidad de cooperar para sobrevivir y, hasta los fines de algunos actores armados se transformaron para prescribir y controlar las cuarentenas. Aunque los asesinatos a líderes sociales y la crisis del empleo y la economía se profundizan, las soluciones que se vislumbran traen a la boca de todos, las palabras subsidio, cooperación, crédito, articulación, fuerzas conjuntas de tarea y otras expresiones que llaman a fortalecer el capital social del país y del mundo; la confianza, en últimas entre unos y otros, sea que en el pasado hayamos hecho méritos o no para construirla, se revela a todos como la única posibilidad de sobrevivir.
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