Con ocasión de las confrontaciones entre Rusia y Ucrania, volvemos a la pregunta de Konrand Lorenz en su libro On aggression: “¿Por qué luchan los seres vivos unos contra otros?”. La respuesta para un biólogo como Lorenz llega rápidamente a las teorías sobre el instinto, que también recogiera Freud, al hablar de la pulsión de vida y de la pulsión de muerte, como principios básicos de la existencia desde la perspectiva psicoanalítica.
El regreso a este viejo libro de Lorenz, sin embargo, trae una inesperada sorpresa. Venía pensando mucho sobre el tema de la empatía como actitud básica que nos permite ponernos en el lugar del otro para evitar dar rienda suelta a este “instinto” que nos inclina, algunas veces, a resolver los conflictos de manera violenta; sin embargo, Lorenz da la vuelta al argumento, recordando una frase todavía más antigua esculpida en piedra en el templo de Apolo. El oráculo de Delfos, antes de cualquier consulta, obligaba al viajero a mirar dentro de sí mismo: “conócete a ti mismo” dice en él pronaos de este antiguo lugar. Conocernos es el punto de partida para comprender el mundo y para actuar en él con la mente y el corazón abierto.
En el caso de Rusia y Ucrania muchas de las obligaciones contraídas se han incumplido. La OTAN se ha seguido expandiendo, contrario a su compromiso, Rusia invadió a Ucrania incumpliendo su palabra, Ucrania permitió la ruptura del acuerdo de Minsk y la guerra civil en el Dombás, como dijo que no lo haría y, esta miríada de tratados incumplidos, abrió la puerta al monstruo de la guerra. No es distinto en nuestro caso y en el de otros tantos países que firman acuerdos que no cumplen, esas son las consecuencias. A partir de esto, los gestos cambian y toda la disposición al entendimiento se mina hasta casi llegar a un punto de no retorno. Todos ya han demostrado con sus gestos que son peligrosos, poderosos y guerreros, el mundo entero despertó el Golem y con él, los 48 años de amenaza nuclear, que parecían haber caído con cada ladrillo del muro de Berlín.
La Doctrina Social de la Iglesia es muy clara frente a la guerra: “Toda acción bélica que tienda indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de extensas regiones junto con sus habitantes, es un crimen contra Dios y la humanidad que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones” (Gaudium et Spes, 1965, No. 80). Y así lo ha hecho el papa Francisco nos ha enseñado a través de muchas reflexiones la importancia de esta puerta y a fortalecer lo que él llama “la cultura del encuentro”, en particular en su encíclica Fratelli Tutti. En el capítulo sexto, “Diálogo y amistad social” nos dice: “Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo dialogar”; sin duda esos son los gestos necesarios para intentar detener la guerra y los gestos de agresión, no hay más, pero hay que mirar dentro para luego salir con los mecanismos de contención activados.
Como lo ha dicho el papa frente a la indiferencia egoísta y la protesta violenta, siempre hay una opción posible: el diálogo. Esperar que llegue antes de los puntos de no retorno.
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