Luis F. Gómez


Termina el 2017 con un sabor agridulce. No ha sido fácil, todos esperábamos un año mucho más llevadero y con mejores resultados. La verdad es que no se dieron y nos recuerda que todo hay que pedalearlo hasta el último minuto y que el pan puede quemarse en la puerta del horno. Se espera que hayamos tocado fondo y que lo que venga sea más positivo.
La recuperación económica se “medio” insinuó pero no toma fuerza, todas las revisiones de crecimiento del PIB fueron a la baja, en efecto, el crecimiento económico no se consolida. La inflación estuvo bajo control y eso es un punto muy importante, porque es el peor de los impuestos para las gentes pobres y asalariadas. Y, como es de esperar, el desempleo aumentó un poco, sigue bajo control, pero en la frontera entre un dígito y dos. Algo muy triste porque son sueños truncados los que hay detrás de las caras de los desempleados. La buena tendencia de reducir la informalidad del país se detuvo, hay que hacer un esfuerzo por no perder el terreno ganado en este frente, pues tiene una repercusión muy importante en el bienestar social en el largo plazo.
En el campo político se esperaba una consolidación del proceso de paz, pero ha sido un parto muy largo y complejo la expedición de las leyes que desarrollan el acuerdo de paz. Hay muchos aspectos que han generado profundas discusiones, no todas bien intencionadas. Ha habido mucho ruido por la carga ideológica y de oportunismo político. El país debe ser muy responsable con estos acuerdos no solo de cara a los antiguos excombatientes, sino también de las comunidades que han sufrido la violencia. No podemos dar un paso atrás. Es fundamental que los proyectos de mejoramiento de la infraestructura en las zonas golpeadas por la violencia sea un hecho. Es una prioridad ética y estratégica.
De otra parte, el narcotráfico nos vuelve a generar una situación muy compleja, no solo por mantenernos a la cabeza de los países productores de cocaína, sino por la desestabilización de las zonas que han dejado los antiguos combatientes. Los tentáculos de las bandas criminales enrazadas con el narcotráfico siguen haciendo daño y muy grave. El Estado debe llegar a todos los rincones del país y es triste que muchos estén siendo controlados por las bandas criminales.
Las ollas podridas de los escándalos de corrupción hicieron implosión y dejaron a la Corte Suprema de Justicia enlodada y a un buen número de políticos. La corrupción como cáncer de los recursos públicos fue el tema del año. Y debe ser una de las preocupaciones que los ciudadanos tengan en mente a la hora de votar el próximo año. No se puede dejar que los responsables de la corrupción continúen directa o indirectamente en los cargos de elección popular. Al contrario, es el momento para pasar la cuenta de cobro de la corrupción a los movimientos que le daban aval a los políticos que resultaron corruptos. Muy preocupante la manera como la corrupción permeó a las instancias más importantes en el campo judicial. La fuerza que han tenido la Fiscalía, la Procuraduría y la Contraloría hay que articularla cada vez mejor para ser implacables allí donde verdaderamente ha habido corrupción. Porque también hacer show o peor aún lanzar acusaciones sin las bases suficientes, es jugar con la paciencia de la opinión pública.
Termina el 2017, esperemos que haya sido un año de transición hacia algo mucho mejor para todos los colombianos y colombianas en el 2018.
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