Inmensa tristeza, infinita rabia, enorme dolor, gran indignación. Todo ello junto se puede experimentar a la vez por el hecho de ver arder en llamas la ayuda humanitaria que, habiendo sido donada por varios países y después de ser llevada con gran alegría hasta la propia frontera para ser entregada a sus destinatarios, la pirómana guardia venezolana en acto que se convierte en crimen de lesa humanidad, resolvió destruir antes que entregársela a sus hermanos, hambrientos enfermos y necesitados.
Con ello pretendieron también consumir, sin éxito, la esperanza de miles de descamisados que valientemente porfiaron durante horas frente a los colectivos chavistas fuertemente armados. Esperanza que es la misma de millones que han tenido que huir de la bota opresora militar, y de millones que se han visto obligados a quedarse y padecer toda clase de privaciones, atropellos y vejámenes. El bravo pueblo de Simón Bolívar sigue en pie de lucha.
Tirano fue aquel que vio el mundo entero por los lentes mágicos de la televisión, levantando sus armas criminales contra un pueblo inerme. Sátrapa aquel que bailaba cínicamente mientras sus lacayos incendiaban con lujuria el pan y las medicinas que su gente necesitaba. Coño e tu…, el grito que voz en cuello entonan a rabiar los más de 4 millones que hoy son exiliados mendicantes allende las fronteras.
Y ahora, ¿qué se sigue? Es la pregunta que, sin cesar, brota de los labios con angustia y desespero. Hacer esfuerzos por seguir aislando diplomáticamente a la bestia negra, con el rechazo del mundo civilizado, es la respuesta que por ahora surge de los líderes del Grupo de Lima.
Por cierto, se da por descontado que Cuba y Nicaragua expresen su voz de respaldo al dictador. A fin de cuentas, son peces del mismo río. Pero que México haya resuelto abstenerse de condenar las acciones del usurpador venezolano, es algo que clama al cielo. Ver para creer. México que estuvo enfrentado con Cuba, país con el que rompió relaciones diplomáticas por más de 10 años, en incidentes vergonzosos que el mundo recuerda con expulsión de embajador incluida, hoy, gracias a la visión errática del gobernante izquierdista Andrés López Obrador, convierte a estas dos naciones en harina del mismo costal.
El papel de Rusia no ha podido ser más agresivo, ni de mayor afrenta. Por años, de manera prolífica ha provisto de armas de toda clase a la salvajada chavista. Su buque insignia, Pedro el grande, el lanza misiles nuclear más poderoso del mundo, fue exhibido sin vergüenza alguna en agosto de 2013, navegando por las exóticas aguas del Caribe, y llegando al puerto venezolano de La Guaira, en claro respaldo a Maduro y sus secuaces, tras el fallecimiento de Chávez.
Más recientemente, en diciembre de 2018, una flotilla de cuatro aeronaves rusos, entre ellas dos letales bombarderos nucleares, fueron desplegados en Caracas de manera amenazante a plena luz del día, para tratar de amedrentar, asustar y someter a un tranquilo y pacífico vecindario. Estoy seguro que colombianos y latinoamericanos no olvidaremos las acciones de la nación de Putin en nuestra región.
El otro país que ha mostrado sus garras y se ha quitado el disfraz, dejando ver claramente sus intenciones, ha sido la República popular China. De manera silenciosa y eficaz venía realizando una gran política diplomática en Latinoamérica, de cuantiosa colaboración económica en muchos frentes, lo cual le había abierto puertas y generado grandes simpatías entre nuestros pueblos. Sin embargo, ha quedado muy mal parado al ubicarse en el lado equivocado de la historia, protegiendo quién sabe qué clase de intereses, respaldando al opresor venezolano. Como dice el adagio: borró con el codo lo que hizo con la mano. De ahora en adelante, Latinoamérica va a mirar con total desconfianza la presencia China en la región. No puede ser aliado aquel que, con su apoyo y respaldo, ayuda a sostener una dictadura que comete toda clase de atropellos contra la libertad y la democracia.
¡Y pensar qué tres de los siete consorcios que ahora compiten para construir el metro de Bogotá, son… chinos!
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