Al finalizar octubre, estudiantes y profesores de arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia, junto con siete estudiantes y un profesor de la Universidad de Toulouse (Francia), recorrimos las calles de Solferino y Samaria, dos barrios de la Comuna Ciudadela Norte que comparten un predio donde se construyó una cancha múltiple con unas calidades arquitectónicas y ambientales básicas, y un entorno urbano sin consolidación.
Se buscaba entender de primera mano las condiciones de vida de sus habitantes, con el acompañamiento de la Fundación Huellas de Vida, verdaderos héroes de la innovación social en la Comuna. El objetivo final fue aunar esfuerzos interculturales para trabajar intensamente durante tres días en el desarrollo de unas propuestas de mejoramiento integral de barrios. En efecto, el Centro de Integración Ciudadana -CIC- de Samaria tiene un enorme potencial para convertirse en un entorno de paz, integración, educación, arte y cultura.
Los resultados fueron muy satisfactorios por múltiples razones. La primera, porque el idioma no fue una barrera, dado que el lenguaje universal se materializó en el proyecto de diseño; la segunda, porque el ejercicio sirvió para abrir un torrente de ideas posibles en temas como el aprovechamiento de aguas naturales que hoy van directo a las alcantarillas, cuando en realidad podrían resolver necesidades económicas como lavado de vehículos, generación de energía para la iluminación nocturna de la cancha y sus alrededores, construcción de tanques para abastecer servicios públicos, riego de huertas urbanas y jardines, entre otras. Soñamos con espacios de comercio, oficinas de trabajo apropiadas por las comunidades, nuevas canchas, senderos peatonales y ciclorrutas, plazas, juegos infantiles, gimnasios y otras áreas deportivas. Todo en el marco de la búsqueda de la eficiencia energética como alternativa para la sostenibilidad de los territorios. Al finalizar noviembre nos comprometimos a compartir nuestros resultados con la comunidad, exponiendo los trabajos en algún lugar del barrio.
Pero el esfuerzo no quedó ahí. Luego tuvimos la visita de Pablo Riquelme gracias al compromiso conjunto de Unal y Ucaldas, un arquitecto chileno que trabaja en Helsinki (Finlandia) con procesos de innovación social y diseño participativo aplicado a la arquitectura y al urbanismo. Nos mostró que es posible establecer una alianza entre Estado y comunidades para resolver problemas locales con máxima calidad y eficiencia económica, aplicando unas metodologías adaptativas y de cooperación abierta que combinan la planeación con la acción. El propósito final es lograr el derecho al bienestar de la población y procesos de apropiación de espacios, puesto que la gente se involucra en las soluciones.
No se trata de revivir las metodologías de los años 60 del “arquitecto de los pies descalzos” que buscaban reemplazar al Estado en el cumplimiento de sus responsabilidades. Es entender que las universidades y el gobierno de la ciudad tendrían una enorme oportunidad de resolver con dignidad las más agudas problemáticas sociales en los barrios, integrando conocimientos del más alto nivel y soluciones creativas a través de la técnica del “design thinking” que implica pensar e investigar a través del diseño, validando esos conocimientos en la acción. Mike Lydon en EE.UU. habla del “urbanismo táctico” como una variante de estas tendencias con las siguientes directrices: Ser un enfoque intencionado y progresivo para promover el cambio; ofrecer ideas locales para desafíos en la planificación local; compromiso a corto plazo y expectativas realistas; bajo riesgo, con una posible gran recompensa; y desarrollo de capital social entre ciudadanos y construcción de capacidad organizacional entre instituciones públicas/privadas, ONG y sociedad civil. Se trata en últimas de combinar pequeñas acciones dentro de una estrategia de largo plazo para generar transformaciones progresivas.
La pobreza de los barrios no es estructural, es inducida por el abandono de las instituciones y su falta de creatividad para resolver problemas sociales. El cambio tendría que darse en las instituciones de gobierno de la ciudad, porque las organizaciones sociales de los barrios populares en Manizales ya ejercen esa innovación social en Solferino, San José, La Enea, La Sultana, o incluso en los corregimientos donde se experimentan nuevos productos y procesos que contribuirían mucho a alcanzar la seguridad y soberanía alimentaria de Manizales.
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