Conmemorar el día internacional de la mujer, es preguntarse en primer lugar por la manera como los hombres estamos asumiendo la masculinidad en una sociedad que aun no rompe definitivamente con las herencias patriarcales, conservadoras y machistas que nos dejó la relación Iglesia-Estado desde épocas coloniales.
Aún recuerdo lo importante que era la figura del cura para quienes estudiamos en colegios religiosos, y también lo poco que representaba ser monja en esos centros educativos, cuyas tareas se relegaban al apoyo y servicio. Esos súper poderes de quienes ostentaban el conocimiento y nos guiaban en valores religiosos, se fueron desmoronando ante mis ojos, al descubrir que los “jerarcas” de la iglesia eran simplemente hombres, llenos de conflictos y contradicciones internas por tener que aparentar ante la sociedad lo que no eran.
Yo también fui acosado sexualmente por esas personas que consideraba mis héroes. Uno más en esa gran lista de curas pederastas que apenas empieza a develarse desde El Vaticano, pero que era un secreto a voces. Por fortuna, esas caricias que en principio consideraba tiernas y luego agresivas, solo sirvieron para darme cuenta que podía construir otro sistema de valores no necesariamente unido a las creencias religiosas. Pero esto no hubiera sido posible si no me hubiera liberado de las ataduras morales que me impartían en la teoría, sin una práctica consecuente.
De ahí en adelante, comencé a buscar mis propias respuestas, apoyado en una abundante literatura que me permitiera encontrar el camino con el cual me sintiera mas cómodo. Era un asunto de conciencia, y por lo tanto de romper mitos, prácticas y creencias que se consideran “naturales”. Por fortuna, tuve una madre a la que la vida también la sometió a los mismos retos, y junto a ella, los hijos e hijas emprendimos la tarea de terminar de criarnos en un ambiente familiar sin jerarquías, ni privilegios, con derechos y deberes iguales entre hombres y mujeres. Mi madre salió de casa a guerrearse un espacio laborar en un medio hecho para hombres, y los hijos e hijas nos convertimos en coequiperos para sacar adelante las tareas familiares: yo cocino, tu barres, él trapea, ella lava la losa. Tremenda lección de vida que aún sigo aplicando en mi vida cotidiana.
Pero, desafortunadamente, me considero una excepción a la regla. Sigo rodeado de hombres que reproducen sin saberlo, a veces, los contravalores del machismo. Se creen muy seductores utilizando su posición dominante en el trabajo para aprovecharse de las mujeres más jóvenes, maltratan física o sicológicamente a sus compañeras sentimentales, subestiman las capacidades intelectuales de las mujeres. En fin, pese a sus conocimientos y educación universitaria, siguen alienados en una cultura de superioridad varonil que los domina.
Hace algunos años leí un artículo de Florence Thomas en el que afirmaba que el cerebro del hombre estaba en el glande. En principio me ofendió tremendamente. Pero las aterradoras cifras de feminicidios y de violencia sexual contra las mujeres, me hacen pensar que tenía toda la razón. Estas terribles prácticas se dan en todos los estratos sociales, en todos los niveles educativos, parece estar ligado al ADN masculino, y encuentra su medio de incubación en una sociedad que promueve la desigualdad, la competencia feroz, la violencia en todos los ordenes de la vida.
La tarea, por tanto, es compleja, se requiere cambiar la sociedad actual y sus antivalores machistas; pero también, los hombres debemos acudir a la conciencia para sacudirnos de todos los prejuicios con los que nos han formado en las relaciones entre hombres y mujeres; en el uso equivocado de las relaciones sociales y de poder.
El cuerpo de la mujer es un territorio de paz que debemos respetar. Y las ciudades como hábitat humano, deben reconocer esas corporalidades y geografías de género que siguen ocultas por la racionalidad de un ordenamiento territorial carente de emociones, sentimientos e imaginarios. Es en el espacio público donde podemos romper la dicotomía hombre - mujer favoreciendo la equidad, la accesibilidad y movilidad diferenciada por los roles que se cumplen en el cuidado de los más vulnerables, la cohesión social, los ambientes seguros para la recreación y el ejercicio pleno de los derechos ciudadanos.
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