Lo que los colombianos presenciamos este año en materia legislativa fue un Congreso de la República opuesto de cabo a rabo a la aprobación de las reformas que permitirían cumplir con los acuerdos de paz. La actual composición de las mayorías del Congreso es un obstáculo para alcanzar la mínima apertura democrática pactada en dichos acuerdos, tanto en materia de justicia transicional como de reforma política, acceso a la tierra, entre otros.
La conclusión es que el actual Congreso, representante político de los agenciadores de la guerra, de los expropiadores de tierras a los campesinos y de las multinacionales de la corrupción, no están dispuestos a permitir ninguna reforma que cuestione sus privilegios y desestructure el monopolio del poder al cual están aferrados como garrapatas. Por eso es tan urgente que los colombianos elijan en las próximas elecciones el Congreso de la Paz.
En el argumento de los legisladores actuales sigue estando el absurdo discurso de derrotar a la “izquierda” e impedir que se tome el poder por la vía electoral. Es aterradora la intolerancia política que carcome a los parlamentarios y los partidos políticos tradicionales que se han atravesado en la implementación de los acuerdos, máxime cuando creen que en el espectro de la “izquierda” están todos los que votaron por el Sí a favor de una salida negociada al conflicto armado. En la izquierda están Juan Manuel Santos, Humberto de la Calle y Sergio Fajardo; de izquierda eran García Márquez y Carlos Gaviria. Voceros de la izquierda son los magistrados de la JEP, recientemente elegidos por su experiencia en defender los Derechos Humanos. Y como para rematar, de izquierda serían (en futuro condicional) los beneficiarios de las 16 curules de las circunscripciones de paz pactadas como instrumento para que las víctimas de los territorios más acosados por la violencia tuvieran voz en el Congreso. Todo lo que signifique modificar el statu quo para superar la violencia es de izquierda.
No se puede seguir transitando esa autopista de odios y mentiras. Las negociaciones de paz no pueden convertirse en una frustración más, en otra traición como la vivida a mediados del siglo pasado con Guadalupe Salcedo o en la espiral de violencia iniciada a mediados de los años 80. Se requiere dejar atrás el lenguaje y la legislación para un país en guerra y comenzar a abrir, de verdad, el lenguaje y la legislación para transitar hacia un país en paz, lo cual requiere romper el dique que impide coexistir con la pluralidad de pensamientos en democracia.
Está claro que en Colombia es más fácil legislar para la guerra, concentrando poderes, limitando los derechos humanos y políticos, convirtiendo en permanentes las medidas de excepción. Pero cuesta mucho desarrollar el estado social de derecho que la constitución política aprobó para superar las noches oscuras del Frente Nacional y el Estado de Sitio permanente que caracterizó buena parte de la segunda mitad del siglo XX.
Si el país no es capaz de cumplirle a las Farc, otros grupos alzados en armas no transitarán el camino de la negociación. Y la espiral de la violencia continuará con nuevos actores. Pero lo más grave es que lo alcanzado en los acuerdos de paz ni siquiera resume las necesidades de democratización que se requieren para alcanzar la “paz estable y duradera”. Los primeros efectos de la entrega de armas, comienzan a poner en el primer plano los verdaderos conflictos sociales que están en la base de nuestra sociedad: la economía del narcotráfico que sacó a los campesinos de la producción de alimentos, la tenencia de la tierra en los territorios azotados por la violencia, la deforestación acelerada de los ecosistemas, la corrupción que corroe todo el sistema de reparto del presupuesto nacional, la inequidad y la pobreza extrema en que están sumidos una importante proporción de los colombianos. Si este congreso no fue capaz de instrumentalizar el cumplimento de unos acuerdos específicos, menos será capaz de abordar las enormes tareas que requiere la Colombia del pos-acuerdo. De ahí la enorme responsabilidad que tienen todos los colombianos para que “cese la horrible noche” y surja en el horizonte una luz de esperanza.
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