Recientemente se abrió en la ciudad un interesante debate sobre la posible expansión y desarrollo de la zona industrial La Nubia-Tesorito con usos mixtos, especialmente de vivienda. La Andi y otros gremios salieron al paso para criticar particularmente algunos proyectos de vivienda propuestos en las zonas de Tesorito, Maltería y Juanchito. Uno de los argumentos fue que las empresas “se verán forzadas a asumir cargas no previstas para mitigar su impacto sobre viviendas u otras edificaciones que no se tenían proyectadas allí”. Como suele suceder, los nobles propósitos del ordenamiento territorial llegan hasta cuando se toca el bolsillo de los implicados.
El concepto de la “sana mezcla de usos” ha estado presente desde los comienzos del POT en Manizales. Yo he controvertido esta idea en diferentes escenarios, pues su generalización ha llevado a que en la ciudad se pueda hacer de todo en todas partes, lo cual inviabiliza la práctica del ordenamiento territorial como escenario racional para tomar decisiones. Ahora sectores económicos y de poder se suman a este cuestionamiento, pero solo para defender sus particulares intereses, eludiendo la profundización del debate en términos de ciudad y territorio.
La llamada zona industrial La Nubia-Tesorito es hoy un área mixta en términos prácticos, y la vivienda de diferentes condiciones socio-económicas comparte espacios con la zona industrial sin ningún análisis de impacto. En algunos casos, como en La Alhambra, porque se habilitaron dichos predios para conjuntos cerrados; en otros, porque se expanden de manera irregular sobre las áreas de retiro de la quebrada Manizales, sin que exista autoridad que ejerza control urbano. De hecho, hay que decirlo, la misma industria se ha localizado allí sin el respeto de los mínimos criterios de urbanismo industrial y eludiendo gran parte de los costos ambientales, ante la mirada complaciente de las autoridades, todo en función de “proteger el empleo” y evitar que las empresas se nos vayan.
Así pues, veo muy oportuno este debate, pero propongo que lo demos integralmente y con todas sus aristas.
La relación directa entre vivienda e industria ha estado presente desde los orígenes de la revolución industrial, a tal punto que un pensador de la época decía que la creación de una nueva industria se convertía en el germen de una nueva ciudad. Fueron las tendencias del urbanismo moderno de principios del siglo XX los que separaron estas actividades a través de la zonificación por funciones (habitación, trabajo, esparcimiento, circulación), generando áreas especializadas en la ciudad. Hoy nuevamente este concepto se cuestiona en muchos países, pero a partir de la nueva revolución tecnológica de las TIC, dejando atrás las llamadas industrias de chimenea. Adicionalmente, las industrias también han explorado otras oportunidades de negocio, abriendo parte de sus locales para ventas de fábrica. El resultado ha sido muy positivo, pues áreas monofuncionales se han reconvertido para recuperar la dinámica urbana y estimular nuevas centralidades.
El aparato industrial de Pymes en Manizales, que corresponde al mayor porcentaje de la industria local, se ha “camuflado” en el tejido urbano sin mayores inconvenientes. Quizás por eso no ha sido objeto de planeación ni control. El problema radica en la mediana y la gran industria que requieren zonas de operación logística y otras infraestructuras, no solo por su tamaño, sino por la contaminación que ejercen la mayoría de ellas sobre su entorno. Recientemente la ciudad le abrió las puertas a una industria altamente contaminante, rechazada en otras partes de Latinoamérica por sus impactos ambientales. Su expansión a lo largo de un corredor turístico se ha dado sin los mínimos estándares de urbanización, generando problemas de ruido, calor, partículas en suspensión y quién sabe qué otras consecuencias más. Todo ello bajo el prurito de atraer inversión extranjera.
Creo que llegó la hora de ordenar y planear las zonas industriales. Y esto habrá que hacerlo en un sentido dinámico, tanto a nivel urbano como regional. Se requiere estudiar la relación entre industria y territorio en sus componentes espaciales, ambientales, funcionales y productivos, y develar tanto sus necesidades como sus obligaciones, con base en la comprensión de las tendencias concentrativas o dispersas de las localizaciones industriales, según la naturaleza de sus actividades.
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