¿Qué hay de común entre ciudades como Buenaventura y Guayaquil? Son ciudades-puerto que se aprestan a participar de los mercados del Pacífico mediante el aprovechamiento de la Alianza Aduanera de los países de la comunidad andina (Colombia, Ecuador, Bolivia y Perú) y la integración con Mercosur, para lo cual están desarrollando estrategias urbanas de transformación de sus infraestructuras y reconfiguración de sus actividades portuarias.
Guayaquil lleva dos décadas en un esfuerzo sostenido de varios gobiernos conservadores y proclives a la transformación del gobierno urbano en un instrumento de privatización de lo público conocido como “ciudad-empresa” o “marketing urbano”. Se trata de controlar la administración pública por inversionistas privados para financiar el desarrollo urbano según sus particulares intereses, asegurar una imagen corporativa de ciudad y generar ventajas competitivas para la inserción de la ciudad en los circuitos de comercio global. El resultado ha sido la renovación urbana de áreas de centralidad que sufrieron procesos de deterioro de usos e infraestructuras, por lo tanto, de pérdida de las rentas urbanas, mediante la expulsión de los habitantes de sus zonas de vivienda y trabajo.
El proyecto “Malecón 2000” es un plan de “regeneración urbana” del antiguo y deteriorado Malecón Simón Bolívar, denominado así desde la década de los años 30, y constituido como centro fundacional de la ciudad portuaria. Allí funcionaba el astillero, la antigua plaza de mercado inaugurada en 1905, muelles, bodegas, bancos, casas comerciales, restaurantes, entre otros, aprovechando el paso del imponente río Guayas que atraviesa la ciudad en sentido norte-sur. La operación urbana privatizó los espacios públicos y le dio al capital privado la opción de ampliar su estrategia hacia otros sectores de la ciudad, expulsando progresivamente a los residentes y comerciantes originarios por otros de mayor poder adquisitivo, ligados a la industria del turismo y los servicios bancarios.
La pobreza, el subempleo y la informalidad “desaparecen” literalmente, pero hacia áreas periféricas donde el turismo global no los visibiliza. A partir de ese momento se activan los dispositivos de control y de seguridad para no permitir el acceso de esos “otros” a un sistema político-espacial en donde no caben.
Buenaventura avanza en esa misma dirección, con una estrategia de expulsión de las comunidades negras de bajamar de la Isla Cascajal, hacia terrenos alejados del centro económico de la ciudad y aislados del desarrollo urbano por estar localizados sobre una reserva natural. Entre tanto, avanza la construcción del malecón Bahía de la Cruz desde los puertos comercial y turístico, pasando por plaza de mercado, hoy en remodelación, hasta lograr que unas 4 mil familias salgan de sus lugares de vivienda construidas en palafitos, un sistema tradicional de construcción usado desde la antigüedad por indígenas y comunidades negras. Son alrededor de 180 hectáreas de borde costero que serán renovadas con bulevares asépticos, resignificados al gusto del turismo internacional mediante hoteles, restaurantes, comercios, zonas de recreo y diversión.
Un primer segmento ya construido de unas cinco hectáreas aproximadamente muestra lo que será el futuro de esa intervención urbana. Una operación inmobiliaria que apenas comienza y puede durar un par de décadas más. La empresa privada está a cargo de su mantenimiento y usufructo comercial. El ejemplo de Guayaquil parece convertirse en modelo a seguir, y los resultados, no solo estéticos, sino de concepción sobre la gestión del proyecto urbano, son impresionantes.
El país requiere volcarse hacia Buenaventura, es cierto. La ciudad refleja décadas de inversiones aplazadas en infraestructura y en oportunidades laborales para la gente. El puerto es la mayor expresión de una ciudad enclave que separa los beneficios económicos derivados del comercio internacional, de la suerte de la ciudad y de sus ciudadanos. Por eso hoy la ciudad está sumida en la pobreza extrema y cunden los conflictos territoriales por el control de negocios ilegales de diferente tipo. Pero no puede ser que el rescate de Buenaventura se haga sin sus habitantes, sin palafitos, tan característicos de esa zona, y ampliamente utilizados hasta por el turismo ecológico. El palafito es un modo de vida ligado al mar y a su economía primaria. En vez de destruir esos hogares, podrían implementarse nuevas formas de construcción, con el aprovechamiento de ecotecnologías sustentables para pescadores.
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