Juan Álvaro Montoya


Han llegado a nuestro país 50 mil dosis de la vacuna de Pfizer. Esta es una gran noticia para los 25 mil colombianos que recibirán el esperado biológico. Su tesón y valentía en la primera línea de fuego contra este mortal enemigo los ha convertido, con toda justicia, en los primeros elegidos para recibir la anhelada inmunización. Para ellos, solo puedo expresar mi sincero reconocimiento.
Creo en las buenas intenciones del presidente. Trabaja con el convencimiento que presta un gran servicio a la patria y así lo hace. No obstante, como sucede con algunos hombres de poder, tienen a su lado un rasputín que los aleja de la realidad y le sirve de comitiva de aplausos. Estos personajes trabajan para el gobernante, pero les sirven a sus opositores. En efecto, más allá del lánguido logro que con bombos y platillos fue anunciado ampliamente en los medios de comunicación, deberían tomar un momento de reflexión para transmitir el mensaje correcto a todo un país que anhela escucharlo.
Claramente este paso que determina el inicio de lo que, esperamos, se constituya en la etapa final de esta pesadilla. Sin embargo, el apoyo a la gestión del ejecutivo no se puede asimilar a un séquito de áulicos que, felices, acompañan la procesión mientras el regente improvisa.
A favor se cuenta con una política de vacunación bien preparada. El Ministerio de Salud ha diseñado un esquemático modelo para permitir que, cuando sea posible, los medicamentos lleguen a todos los colombianos. Claramente esta minuta ha sido construida por expertos y sobre la misma debe existir un consenso nacional que deposite nuestra confianza en los galenos que han trabajado arduamente para ofrecer un programa de calidad.
Pero lamentablemente, hoy en día son más las penas que las glorias. O bien nuestro país inició tarde los procesos de negociación directa para adquirir las vacunas, o los acuerdos bilaterales presentaron deficiencias serias que fueron aceptadas por el gobierno e implicaron un retraso de dos meses en las jornadas de vacunación masiva. En cualquier evento, resulta inexplicable que Colombia sea el último país latinoamericano en iniciar los ciclos masivos de inmunización, y mucho menos que el inicio se dé con la protección para solo 25 mil personas hoy y 86 mil adicionales en una semana, cifras que equivalen al 0,002% del total de la población nacional. En otras palabras, empezamos tarde y empezamos mal.
Este retraso no es un problema de simple retórica. Siendo el nuestro el segundo país con mayor número de contagios en América Latina y el undécimo en el mundo, superado solo por países como Alemania, España, Francia, Rusia, Brasil, Estados Unidos o India, se requería una política mucho más agresiva que garantizara que nuestros nacionales contaran con soluciones similares a los estados mencionados. Durante los últimos dos meses todos los países que superan al nuestro en niveles de contagio han iniciado, con éxito, las campañas de inmunización en sus territorios mientras Colombia se ha mantenido estática y rezagada. Esta dilación afectará las tasas de crecimiento económico, recuperación del empleo y desigualdad generalizada frente a nuestros vecinos, males que se ven agravados por problemas endémicos como el narcotráfico, la violencia y la inmigración irregular. Y aún no se han mencionado las almas que se han perdido durante los meses de espera, momento en el cual atravesamos, “a palo seco”, el tercer pico de la pandemia que costó la vida cuando menos de 15 mil personas en territorio patrio.
No se trata de aguar la fiesta. Estamos felices porque, a pesar de todo, empezamos. Pero la realidad no se compadece con la comparsa festiva que ha presentado el gobierno nacional. Esta resulta indolente con el sufrimiento de los vivos y las tumbas de los muertos que durante los dos últimos meses hemos tenido poco para celebrar mientras seguimos viendo el mismo programa de las 6 de la tarde.
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