Juan Álvaro Montoya


Como su nombre lo indica, los sistemas educativos de todo el mundo se sustentan en la formación de jóvenes que acuden a sus aulas para ser instruidos en competencias básicas que les permitan adquirir autonomía en un entorno laboral cada vez más complejo. De aquellos se espera calidad, adaptabilidad y actualidad. La responsabilidad de los Estados en el diseño de la política pública educativa riñe con la mediocridad y requiere excelencia en cada eslabón de la cadena, empezando por los dirigentes responsables de tomar las decisiones necesarias para configurar programas eficaces, hasta los docentes que finalmente serán sus ejecutores. Los padres esperan que los colegios sean los espacios donde sus hijos se conviertan en personas capaces, con una moral sólida y una instrucción básica y media vocacional óptima y no solo un espacio físico donde su prole pasa el tiempo mientras sus progenitores trabajan. Desean que los colegios sea verdaderos centros de aprendizaje y no simples guarderías.
Los programas curriculares colombianos han permanecido vigentes por años y sus contenidos no se adaptan a la realidad digital del siglo XXI. A pesar de su evidente importancia, aún existe una deuda del Estado colombiano con los jóvenes en el aprendizaje de un segundo idioma que debe ser inculcado desde los primeros años de los párvulos. El bilingüismo no debe ser un lujo sino una imperiosa necesidad. Tradicionalmente las instituciones educativas bilingües se han cotizado como las mejores y más costosas, haciendo del aprendizaje de un segundo idioma un privilegio excluyente que solo algunos pueden pagar. Es infame que los titulares de las carteras de educación no hayan apropiado los recursos necesarios para contratar docentes políglotas que acerquen a sus alumnos al estudio natural de otras lenguas.
Esta limitación se traduce en menos competencias de aprendizaje. De acuerdo con las estadísticas de Internet World Stats, el 52,3% del contenido que hoy se distribuye a través de la red se encuentra en inglés, la cual es accedida por el 25,9% de la población mundial. Esto quiere decir que solo una cuarta parte del mundo está accediendo de manera constante a la mejor información disponible, aumentando las brechas que hoy ya existen entre quienes hablan varias leguas y quienes no. Por su parte, el español se ubica en un quinto lugar, precedido por el ruso, japonés y alemán, países donde el bilingüismo se alcanza, en promedio, a los 15 años.
Pero la cartera de Educación poco ha hecho al respecto. Según su página oficial, contrató un estudio que clasificó los colegios de enseñanza superior en cuatro tipos, de los cuales dos se identifican como “instituciones bilingües” con un claro corte elitista para estratos altos, una tercera se denomina como “institución con intensificación en lengua extranjera” y la cuarta, de la mayoría, se menciona simplemente como “institución sin profundización” que reciben menos de 10 horas semanales de inglés. Más allá no se vislumbran acciones concretas para superar esta falencia y acercar a la población colombiana a diversas competencias lingüísticas.
Aún con esta débil formación en lengua extranjera, algo debe estar mal en el sistema educativo nacional. Los resultados son evidentes. Según la intensidad horaria del “Marco de Referencia Común Europeo”, con 10 horas semanales un estudiante lograría dominar 3 idiomas al concluir su bachillerato. Por su parte, mientras los egresados de las instituciones pertenecientes a los colegios más costosos del país se gradúan con dominio de una segunda lengua y acceden a las mejores universidades del mundo, el común de los adolescentes debe conformarse con aspiraciones modestas, acordes con una educación que no se adapta a las nuevas circunstancias.
Nos corresponde a todos replantear nuestro modelo educativo y cuestionar a las autoridades si en realidad están cumpliendo con su deber misional de formar a nuestros niños para los retos del mañana. El colegio debe ser el lugar para aprender y no solo para que nuestros hijos permanezcan durante la jornada laboral de sus padres. En otras palabras, necesitamos más colegios y menos guarderías.
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