Juan Álvaro Montoya


El petróleo ha cambiado la vida de la humanidad. Sus características le permiten servir como materia prima de una enorme cantidad de derivados dentro de las cuales se encuentran los combustibles, gas, asfalto, plásticos, fertilizantes, plaguicidas, fungicidas, herbicidas, tela sintética, detergentes, pinturas, disolventes, jabones, perfumes, tintes, cosméticos, saborizantes y fármacos. Esta extensa lista justifica que sea calificado con razón como el “oro negro” y que su alta demanda se convierta en el centro de la política económica mundial.
Dentro del amplio espectro de sus utilizaciones, el consumo energético representa el 83% de la producción hidrocarburífera y el restante 17% se emplea para otros usos. En otros términos, los primeros 23 países productores logran 94,6 millones de barriles por día, de los cuales se dedican 78,5 millones a la generación de energía y transporte lo cual comporta un gasto total aproximado por estos rubros de 4.712 millones de dólares diarios. Con semejantes números, cualquier programa que afecte o impacte estas áreas profundiza aún más la creencia que el negocio del crudo está llamado a sufrir una sensible disminución en aras de la conservación medioambiental. Energía obtenida a través de celdas fotovoltaicas (solar), eólica (viento), mareomotriz (olas marinas) o geotérmica (aprovechamiento del calor interno de la tierra), implican un verdadero dilema a considerar en las cuentas finales de las compañías extractivas. Cada despliegue de estas iniciativas aminora, en mayor o menor medida la dependencia de combustibles fósiles y coadyuva a la creación de la conciencia colectiva sobre la imperiosa necesidad de esta transformación en beneficio de la protección del planeta y reducción de los gases responsables del efecto invernadero.
Para lograr estos cometidos, varios gobiernos han propuesto implementar la restricción de los vehículos de combustión interna y procurar para el año 2040, que más de la mitad de los autos nuevos sean eléctricos. Siendo la gasolina el rubro más significativo en el consumo de hidrocarburos no será difícil advertir un sensible decrecimiento en la demanda del petróleo durante las próximas dos décadas. Sumado a esto, cada día se fabrican miles de aparatos que trabajan con baterías internas: computadores, tabletas, audífonos, dispositivos de audio, y una infinidad de elementos que exigirán la optimización en sus sistemas de baterías para lograr espacio en un entorno altamente competitivo. Pero el mercado no desaparecerá. Al obtener la energía de fuentes renovables como la solar o la eólica, será necesario almacenarla para su posterior uso, siendo el sector de minería de litio el que realmente experimentará un crecimiento exponencial durante este periodo. En efecto, el litio posee un elevado potencial electroquímico que lo hace ideal para la fabricación de baterías y serán sus productores los que disfrutarán de la nueva bonanza.
En nuestro continente encontramos los mayores reservorios de litio a nivel mundial. Bolivia y Chile cuentan con las reservas probadas más importantes sobre la tierra y ya se aprestan para disfrutar de las mieles que este mineral implicará para sus sectores productivos. De hecho, en Bolivia se identificaron cerca de 21 millones de toneladas de litio en el “Salar de Uyuni”, suficiente para abastecer al mundo entero por 100 años. Por su parte Chile cuenta con el segundo lugar en reservas de litio en el “Salar de Atacama” con depósitos de 7,5 millones de toneladas. A un precio aproximado de USD 6.000 por tonelada de litio, se estima que Bolivia podría recibir más de 126 mil millones de dólares solo por la extracción mineral del “Salar de Uyuni” y Chile más de 45 mil millones de USD por las mismas actividades del “Salar de Atacama”.
Si el petróleo fue el rey de los conflictos en el siglo XX, el litio será el protagonista de la geopolítica energética en el siglo XXI, y determinará la forma como se conducen las potencias en los lugares donde precisamente se extrae la mayor parte de este insumo: Bolivia y Chile. La magnitud de estas cifras admite especular sobre los intereses que influyen en las realidades políticas en estas naciones y su agitada actualidad social. Mientras tanto en Colombia seguimos planificando nuestra estrategia energética y cambiaria en función del crudo, sin hallar remedio para este mal.
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