No se trata de ser Uribista, Santista, Duquista o Petrista. Se trata de ser colombiano. Le hemos puesto etiquetas innecesarias al nacionalismo que debe caracterizar a todo buen ciudadano. Hemos sido incapaces de superar el anacrónico enfrentamiento entre “Chulavitas” y “Cachiporros” quienes, movidos por arengas irresponsables y colores en una bandera, han derramado su sangre sin sentido por décadas.
Hemos adoptado la mala costumbre de descalificar los resultados para desacreditar las personas. Enlodar las ejecutorias se ha convertido en el deporte nacional de los detractores que impiden construir un porvenir sobre cimientos sólidos. Este camino ha plagado de falacias “ad hominem” la realidad nacional. Si lo hizo Uribe es malo, sostienen los Santistas. Si fue obra de Santos es demoniaco, exponen los Duquistas. Si se concibió en el gobierno de Duque está manchado de oprobio argumentan los Petristas. El hecho que una idea se conciba en la mente de un opositor no la hace mala. Por el contrario, el debate democrático se alimenta de la discusión de contrarios para obtener los mejores resultados posibles.
Aunque Iván Duque hoy no detenta ningún poder, los últimos indicadores registrados por el DANE sobre el crecimiento del PIB sí se le deben reconocer en aras de salvar la verdad. El repunte de la actividad económica ha dado un salto de dos dígitos que no se observaba desde hace lustros. Según las estadísticas, nuestro sistema productivo tiene hoy los mejores indicadores de la región y se perfila como una de las economías de mejor desempeño para el año 2022.
De hecho, durante el primer semestre de la presente anualidad, el PIB nacional creció a un ritmo del 12,6%, superando en cuatro puntos porcentuales las estimaciones dadas por el gobierno, liderado por hidrocarburos, minería, comercio, manufactura, industria y comunicaciones. Esto significa que los bienes y servicios que circulan en el país hoy son una duodécima parte mayores que los que producía nuestra patria hace un año.
Esta es, sin duda, una ejecutoria destacable para cualquier gobierno. Fuese Duque o Petro, Santos o Uribe, el crecimiento que hoy registra nuestro país debe ser una noticia que alivie la sensación de catarsis nacional en que nos tiene ahogados el proceso inflacionario que vivimos. De igual forma este dato estadístico ahuyenta los temores de un fenómeno “estanflacionario” que atemorizan a los más avezados economistas. En efecto, la estanflación que se caracteriza por un periodo sostenido de aumento de precios (inflación) y estancamiento en el crecimiento de la economía nacional, es una pesadilla de la cual hemos buscado huir con frenetismo.
Los esfuerzos de la administración Duque por sostener un crecimiento constante han dado resultados efectivos en la economía nacional. Las medidas contracíclicas tomadas con programas como la devolución del IVA, los días sin IVA, los subsidios a la generación de empleo, líneas de crédito Bancóldex y demás ejecutorias de la pasada administración dieron sus frutos y resultan rescatables como balance positivo de un gobierno impopular.
No se trata si nos gusta Iván Duque o no. De hecho, no voté por él, ni participé de su campaña, ni le conozco en persona y mucho menos gocé de las mieles de su gobierno. De él solo tengo la imagen de un distante dirigente, que tuvo muchos yerros, pero que ha sido duramente juzgado a pesar de haber encarado la más cruenta crisis sanitaria que gobernante alguno haya enfrentado en la historia reciente de nuestro país. Sin embargo, sus logros económicos lo convierten en un destacado planificador y ejecutor que llevó las cifras de crecimiento a máximos históricos que hoy tienen la economía nacional como uno de los ejemplos a nivel mundial.
La ponderación y sindéresis debe llevarnos a realizar juicios de valor basados en los hechos y no en las emociones y hoy, los indicadores que se fundamentan en situaciones fácticas respaldan el gobierno que terminó su gestión. Al César lo que es del César.
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