José Jaramillo


Según Henry Kissinger, un ensamble de judío, alemán y gringo, dotado de una inteligencia poderosa, modelada con rigor en estudios de variadas materias, que aplicaba en la academia como catedrático y en el gobierno como consejero y mano derecha del ejecutivo, el poder debe ejercerse con “valor, astucia y fuerza”. Así interpretaba Kissinger el espíritu de los gobiernos de los Estados Unidos, que históricamente han demostrado valor para imponer sus condiciones a las demás naciones; astucia para intervenir en conflictos de otros países, para imponer su ideología capitalista y sacar provecho económico, sin que su territorio se vea afectado; y fuerza para aplastar a cualquier oponente y proteger a sus aliados.
A Estados Unidos solo se les metieron al rancho los japoneses en Pearl Harbor y los talibanes de Osama Bin Laden en Nueva York, dos episodios absurdos y brutales. Oriana Fallaci, en entrevista que le concedió Kissinger cuando era secretario de Estado del presidente Nixon (Entrevista con la Historia. Círculo de lectores, Bogotá, 1980), con la agudeza periodística que la caracterizaba, destaca la ambivalente personalidad del poderoso estadista, mezcla de Fouché, Richeleu y Maquiavelo, hábil manipulador de gobiernos de débil intelecto e inescrupuloso negociador político, a quien poco le importaba pasar por encima de principios y valores para lograr objetivos.
Nixon, que no era ningún iluminado intelectual y cultural, y más bien lo que se llama en Colombia un animal político, dejó en manos de Kissinger buena parte de las decisiones más trascendentales de su gobierno, especialmente las que tuvieron que ver con la guerra del Vietnam, de la que salió Estados Unidos tan mal librado, que no ha podido ocultar la vergonzosa derrota de su ejército por unos guerrilleros semidesnudos. Y lo indujo, con aguda visión político-económica, a aproximarse a China.
En el libro, que ahora releo en cuarentena, entre los personajes entrevistados por Fallaci, de quienes hace magistrales perfiles humanos y políticos, incluye a la señora Golda Meir, primera ministra de Israel (1969-1974), discípula del legendario estadista israelí David Ben-Gurión. Obligada a enfrentar a 100 millones de enemigos árabes que asediaban a su pequeño país, de apenas tres millones de habitantes, sin embargo clamaba por la paz, porque el suyo, desde remotas épocas bíblicas, ha sido un pueblo laborioso y creativo, que tuvo que volverse guerrero para sobrevivir y superar el estigma de “judío errante”. Esto dijo a la periodista la señora Meir: “La guerra es una inmensa estupidez. (…) Estoy convencida de que un día los niños, en la escuela, estudiarán la historia de los hombres que hacían la guerra como se estudia un absurdo. Se asombrarán, se escandalizarán, como hoy se escandalizan del canibalismo”.
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