José Jaramillo


No entendía el significado del día de todos los santos, cuando los más relevantes tienen una fecha especial para honrarlos, hasta que en un libro del filósofo y teólogo católico español José María Cabodevilla, que me topé buscando qué leer en estos días de cuarentena, encontré una explicación lógica: fuera del santoral oficial (en el que juicio de muchos librepensadores no son todos los que están), existen millones de santos anónimos, que no han agotado los trámites de la burocracia vaticana, pero tienen méritos de sobra. Por ejemplo, campesinos de alma pura, que ofician diariamente el ritual de cultivar la tierra, dando gracias a Dios por el pan que les provee, que comparten con sus semejantes; las que para efectos estadísticos llaman “madres cabeza de familia”, que no son otras que las abandonadas por maridos irresponsables, que tienen que multiplicarse para sobrevivir con sus hijos; hombres y mujeres que recorren las calles de pueblos y ciudades recogiendo basura para escoger el material reciclable y venderlo, a los que los tecnócratas califican como “trabajadores informarles”; los cultivadores forzosos de marihuana y coca, que obedecen con un arma en la nuca a los traficantes y pagan con el estigma y la cárcel las culpas de los “empresarios” criminales, mientras estos viven rodeados de comodidades; en fin, tantos santos no titulados, que, según Cabodevilla, están simbólicamente incluidos en la fiesta de Todos los Santos, que se celebra el 1 de noviembre.
Para los escépticos, pueden dejarse a un lado santos de dudosos méritos, como los que ganaron el título por haber participado en guerras religiosas y ser simultáneamente poderosos monarcas; los activistas políticos a favor del dogmatismo que no vacilaron en proponer la ejecución de sus opositores; vírgenes que prefirieron la muerte antes que dejar de serlo, lo que tiene sus méritos, pero no tanto como para ascender a los altares sin haber hecho una sola de las obras de misericordia; y fundadores de organizaciones religiosas elitistas, cuyos fanáticos seguidores, gracias al aporte de recursos financieros, consiguen una canonización exprés.
Quedan, sin embargo, para el reconocimiento de los creyentes que ofician en la cofradía del libre albedrío, santos tan carismáticos y queridos como Francisco de Asís, cuyo hermoso poema “Oración por la paz” y su devoción por la Naturaleza le otorgan méritos suficientes; Pedro Claver, que enfrentó con el amor una de las infamias más grandes del capitalismo, como fue el tráfico de esclavos; Teresa de Calcuta, que amaba a los miserables hasta que le dolía y Laura Montoya Upegui, la santa colombiana, que compartió con los humildes toda la riqueza de su bondad incalculable…
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