José Jaramillo


Las noticias sobre los desplazados, la gente que tiene que abandonar su tierra, su morada, sus bienes y pertenencias, estremecen a la sociedad; y se repiten, para que hagan callo en los sentimientos humanos, se doble la página y el mundo siga su marcha. Esa ha sido una constante universal, que los judeo-cristianos registran desde el éxodo de los israelitas en busca de la tierra prometida. Los más recientes hechos han sido los cubanos que se lanzaron a cruzar el Atlántico en cualquier elemento flotante improvisado, de huida de la revolución cubana. Por fortuna, y más por razones políticas que humanitarias, los que consiguieron llegar a las costas de la Florida fueron acogidos generosamente por el Gobierno de los Estados Unidos y han vivido en ese país con todas las consideraciones. En tiempos recientes han impactado a la comunidad internacional los casos de africanos que huyen de sus países para escapar de gobiernos brutales y de la miseria, desafiando en precarias embarcaciones las aguas del Mediterráneo, para encontrarse con el rechazo de países que los consideran indeseables. Los gobiernos de esos países olvidan que las causas remotas de la precaria situación de esos infelices han sido la explotación de los invasores europeos, el maridaje de estos con gobiernos corruptos y la depredación de los recursos naturales y de las poblaciones. Los migrantes solo buscan que les compensen algo de lo mucho que les quitaron los arrogantes e implacables colonizadores. Un caso más se da en el Oriente Medio, con los desarraigados que tratan de salvar sus vidas refugiándose en la opulencia de los países de Europa occidental, mientras gobernantes despóticos luchan entre sí por el control político y económico de territorios petroleros, objeto de la codicia internacional. De los dos casos anteriores se ocupó la Canciller alemana, Angela Merkel, acudiendo a sus sentimientos humanitarios y a la raíz cristiana de su formación, contra la opinión de compatriotas suyos que tratan de sacarle provecho político a la decisión de acoger a los refugiados.
Un caso reciente es el de los venezolanos que han migrado hacia el vecindario de huida de la depredación chavista de la economía de su país, en otros tiempos el rico de Suramérica, al que sumió en la degradación el populismo del “socialismo del siglo XXI”, que en Latinoamérica quieren replicar algunos emergentes.
Semejante a lo anterior es el caso en Colombia de los desplazados de la violencia, a quienes el Estado les ofrece limosnas, pero es incapaz de llegar a las regiones con soluciones como desplazar el crimen organizado y copar sus espacios. Hacer un consejo de seguridad, dejar ejército unos días, tomarse las fotos y desaparecer, no es solución. Se requiere invertir en agroindustria, vías, educación, salud y servicios públicos. Gobiernos regionales comparten el poder con los criminales y, como jugando ping-pong, los políticos responsables se tiran la pelota.
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