José Jaramillo


Así como la tierra se fecunda con desechos orgánicos y de sus entrañas brotan plantas que regalan sus frutos con prodigalidad y exhiben flores que aroman y embellecen el ambiente, al tiempo que dan a las aves el néctar con el que fecundarán nuevas plantas, así crecen a sus expensas parásitas y les aparecen plagas que afectan su desarrollo y se propagan en forma calamitosa. La humanidad, como las plantas, se nutre de reflexiones que surgen de tragedias y epidemias, de las que brotan líderes que orientan a las comunidades por caminos de superación; y también aparecen dirigentes perversos, que tras ganar adeptos para causas innobles se convierten en mulas muertas, atravesadas en el progreso y bienestar de los pueblos. Esos dirigentes, como los “caudillos del desastre”, buscan notoriedad, valiéndose de artimañas leguleyas y desvíos tecnológicos para socavar pedestales y demoler prestigios. Estas plagas sociales se cultivan en los eriales de la mediocridad y llegan al poder por los tortuosos caminos de la corrupción. Como el mal de moda, que tiene en ascuas al mundo entero, los gobernantes de medio pelo, con menos profundidad intelectual que un mojado y sin más objetivos que ganar elecciones, poder y plata, pululan en los cinco continentes y llevan al mundo por un despeñadero, a horcajadas de su mediocridad, escudados en títulos académicos engañosos, para acreditar una “ignorancia ilustrada”, como acertadamente ha sido llamada esa categoría de prohombres de cartulina.
Un modesto columnista de provincia no puede ir con sus opiniones más allá de los linderos de su patria, y debe enfocarse en convocar a la gente a que no sea boba y reconozca que gobernantes mediocres, legisladores ignorantes y corruptos y jueces y magistrados torcidos son de su hechura, cuando vendieron sus votos para practicar un acto democrático sagrado sin pudor y sin nobleza. La pandemia que tiene a la gente asustada y en obligatorio encierro ha servido para medirles el aceite al presidente, a los ministros, a gobernadores y alcaldes y a muchos otros altos funcionarios; así como a empresarios y banqueros, para decidir quién es útil y quién no. Y desenmascarar a líderes de relumbrón que, como los voladores en las fiestas patronales de los pueblos, explotan, ascienden, alumbran un instante y se apagan, dejando a los espectadores boquiabiertos y a oscuras.
Para sacar lecciones de la calamidad, les quedan a los colombianos tareas como revisar el sistema de salud, cuyos cuantiosos recursos se van a bolsillos que no corresponden; sacar al tablero al Congreso Nacional y cortar cabezas sin contemplaciones; restituirle la majestad a la justicia, infiltrada por togados indignos; y ponerles la lupa a dirigentes que con títulos chimbos ocultan su mediocridad
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