El káiser Guillermo II, en los comienzos de la Primera Guerra Mundial, dijo: “En una contienda bélica, la primera víctima es la verdad”. La frase ha sido manipulada para ponerla en boca de quien históricamente la necesite para figurar. Las mentiras, a principios del siglo XX, hacían sus recorridos lentamente. Apenas existían el telégrafo y la telefonía, ambos trasmitidos por cables, que corrían infinidad de riesgos, como que se parara en uno de ellos un garrapatero y al dispararle el cazador furtivo les diera con los perdigones simultáneamente al pájaro y al cable, que al cortarse dejaba incomunicadas poblaciones de regiones extensas. Los periódicos eran de circulación limitada y la radio tenía igual alcance que los corrillos parroquiales. A medida que la tecnología ha perfeccionado los sistemas de comunicación, las noticias literalmente vuelan: las veraces y las mentiras. Con el agravante de que la gente les atribuye tal respetabilidad a periódicos, mensajes radiales, televisivos y de redes informáticas, que cree todo lo que dicen, se deja manipular y hace que cuentos medios sugieran. Esa circunstancia les ha servido a los políticos para beneficio de sus procesos electorales; ya corruptos y maleantes para sus objetivos. Tres casos confirman el aserto. En las elecciones presidenciales que disputaron en Estados Unidos Donald Trump (republicano) y Hilary Clinton (demócrata) en 2016, hubo tal interferencia de las redes, manipuladas por gobiernos de otras potencias interesadas en el triunfo del magnate, que abandonó a la respetable señora Clinton en cueros, por el suelo, con chismes perversos y mendaces a través de los medios. Así ganó el nefasto personaje, histriónico y prepotente,
En Inglaterra, los súbditos de la monarquía fueron convocados por el parlamento a un referendo para decidir si continuaban haciendo parte de la unión europea (UE) o se independizaban de esa organización que tan buenos resultados ha dado, en beneficio de los estados miembros. El primer ministro David Cameron, sumiso a la decisión de sus coparticipados conservadores en el parlamento, convocó el brexit, que siguió el retiro de Inglaterra de la UE. Después les pesó a los electores, la mayoría de los cuales votó engañada, gracias a la red de mentiras que tejieron los copartidarios de Boris Johnson, en una agresiva campaña de desinformación. Pero el mal estaba hecho.
Casos hay muchos, pero el espacio es limitado. En Colombia, se convocó a un referendo, después de firmado el acuerdo de paz entre el gobierno y la guerrilla, para que fuera ratificado por el pueblo. Los enemigos del entonces presidente Santos (2010-2018), haciendo uso de todos los medios posibles de “desinformación”, incluidas mentiras ostensibles, lograron que ganara el No, lo que sorprendió al mundo entero, pero satisfizo hasta el delirio a la oposición. El gerente de la campaña por el No, sin asomo de vergüenza, después reconoció el uso insistente de mentiras a través de los medios para obtener los resultados, tal vez inspirado en el jefe de propaganda de Hitler, Goebbels, quien afirmaba que “una mentira, repetidamente insistentemente, se convierte en verdad”. Así, con el bien supremo de la paz juegan políticos y usufructuarios del caos.
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