José Jaramillo


Por ir detrás de la gente, como Vicente, se termina en el lugar equivocado. Mejor es analizar alternativas y tomar decisiones personales, para equivocarse por cuenta propia. Eso pasa con la literatura, la música y el cine, entre otros. Las preferencias varían considerablemente con la edad, el nivel cultural de cada quien y la percepción que se tenga de la vida en su conjunto.
Hablando del cine, del que los años van alejando a la gente cuando los contenidos, la trama y la actuación son sustituidos por la tecnología de los efectos especiales, alguien muy joven dice que una película relativamente reciente como “Lincoln” es pesada por lo lenta, especialmente al principio; y otro maduro, afecto a la historia, la encuentra muy interesante y descubre que la “mermelada” no es de ahora. El gran presidente de los Estados Unidos, para conseguir que se aprobara la enmienda constitucional que aboliera la esclavitud se fue personalmente a buscar a los congresistas en sus residencias, para ganarse sus votos favorables con “beneficios” burocráticos y otras prebendas. La controversia que generó la iniciativa tuvo el desproporcionado costo de la una guerra civil, entre los utilitarios que consideraban a los negros esclavos parte del “inventario” de sus propiedades agrícolas; y los empresarios y políticos liberales y humanistas, que creían en la igualdad de los hombres y propendían por la justicia social. En resumen, para unos la película “Lincoln” era una “lata” y para otros un valioso documento histórico.
Igual discrepancia de opinión suscita “Dunkerque”, una película referida a la famosa batalla que se desarrolló en esa región francesa, donde los pilotos alemanes masacraron a miles de soldados ingleses y franceses, que cayeron en la encerrona y buscaban angustiosamente la forma de salir de ella, en embarcaciones que no tardaban en ser bombardeadas. La película, según los críticos especializados, tiene múltiples virtudes, que describen en planos, espacios y alternación de episodios. Seducidos por esas opiniones, difundidas en un noticiero radial, y ansiosos de saber más sobre el histórico episodio, los legos pagan la boleta y compran las crispetas, para encontrarse con una “sinfonía” de fusilería y metralla y una variedad de dantescas escenas de soldados muertos y embarcaciones destruidas, sin más diálogos y argumentos que el horror. Y al final aparece un muchacho sobreviviente leyendo en un periódico que Churchill había declarado en la Cámara de los Comunes que Inglaterra lucharía hasta la última gota de sangre, sin especificar sangre de quién.
La realidad es que en la película “Dunkerque” apenas aparecen unos pocos oficiales mayores dirigiendo el caos, algunas abnegadas enfermeras y miles de soldados muertos o mutilados, cuyos rostros estremecen, porque eran casi adolescentes. Esa es la guerra que unos quieren acabar y otros sacarle provecho. ¡Quién lo creyera!
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