José Jaramillo


Inteligentes, audaces, innovadores, creativos, capacitados, recursivos…, todos esos calificativos pueden aplicarse a las personas que se adelantan a los acontecimientos o se adaptan a las circunstancias, para hacer descubrimientos o resolver problemas. De las habilidades de muchos humanos son productos maravillosos los inventos que han revolucionado las costumbres, dinamizando la productividad; abriendo nuevas oportunidades para subsistir en mejores condiciones; sustituyendo el esfuerzo personal por el soporte mecánico; y abriendo la mente a la sorpresa de nuevas expresiones del arte y al asombro del uso de la palabra. En fin, el hombre ha confirmado lo dicho por el científico Albert Einstein: “La curiosidad es mejor que el conocimiento.” Y ha puesto en práctica la teoría del “pensamiento complejo” de Edgar Morin, para deducir cosas de cosas y pensamientos de pensamientos, de manera que se agoten todos los recursos para la utilidad de los seres y las cosas.
Con esos recursos humanos se llegó a los confines del mundo mirando las estrellas y estudiando el comportamiento del mar; se iluminaron las noches y se activaron las máquinas para la producción en serie; se pudo viajar por el espacio para acortar distancias y aproximarse al cosmos y comenzar a develar sus misterios; pudieron las personas comunicarse a través de ondas misteriosas, lo que que hasta hace apena siglo y medio parecía imposible; y se ha podido acceder a textos farragosos mirando la pequeña pantalla de un minúsculo aparato de cinco por doce centímetros. Las anteriores son apenas muestras de los recursos inagotables de la mente del homo sapiens, que cada día sorprende con nuevos descubrimientos.
Con esos mismos recursos de la inteligencia creadora, la contraparte de la sociedad organizada, solidaria, bondadosa y humanitaria ha desarrollado los instrumentos del mal, para hacer las armas más eficientes; apoderarse la codicia de los recursos de la productividad humana y de los bienes comunes, según los principios de doctrinas en las que dicen creer; burlar las leyes que promulgan y aseguran respetar; lanzar la piedra homicida y esconder la mano tras serviles que a la postre pagan por crímenes ajenos; y alzarse con el poder político con ingeniosas estrategias fraudulentas.
Los castigos que contemplan los códigos y los engorrosos procedimientos de la justicia juegan a favor de los malos, con interpretaciones ingenuas de los derechos humanos. Así se roban lo vivos los recursos para la alimentación de los escolares y las ayudas para las víctimas de catástrofes. Cuando son pillados, simplemente esperan a que venzan los términos.
De esa manera, buenos y malos hacen uso del ingenio y ambos se ufanan de sus proezas.
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