José Jaramillo


Las personas que tienen relevancia social están obligadas a dar ejemplo, de modo que al imitarlas los demás mejore la calidad de la sociedad. Lo mismo puede decirse de los países cuya cultura, madurez y éxito tienden a ser imitados por otros de estatus más bajos, cuyos líderes los motivan para que asciendan lo más posible hasta los niveles de los considerados paradigmas. Esos niveles varían según el punto de vista desde donde se miren: económico, militar, cultural, social o político. Esas consideraciones han permitido catalogar a las naciones desde primer mundo, en desarrollo y emergentes, hasta inframundo. Las estadísticas indican las enormes diferencias que existen entre los países desarrollados y los de las otras categorías, cuyos análisis están suficientemente estudiados y precariamente resueltos, en un esfuerzo fallido por aproximarlos. El desequilibrio social y económico, objetivo de las estadísticas, no pasa de ahí, porque los poderosos no renuncian a su posición dominante y los débiles cada vez tienen menos fuerza para alcanzarlo. Así se mantendrá, entonces, objeto apenas de discursos demagógicos, vagas esperanzas y frustraciones reiteradas.
Estados Unidos ha sido por más de dos siglos el modelo a seguir por muchos países, especialmente por la consistencia de sus instituciones: constitucionales, jurídicas, económicas, éticas y sociales, que han permitido pensar que ese país funciona casi sin necesidad de que alguien lo conduzca. Pero es inocultable que el mundo, en vez de avanzar hacia un equilibrio humanitario que permita garantizar un bienestar general sostenible, paralelo al formidable avance de la ciencia y la tecnología, muestra un predominio de los intereses de poder político y económico, ajeno a consideraciones humanísticas, prácticamente imposible de superar.
El vergonzoso espectáculo que protagonizaron vándalos desequilibrados, alentados por un mandatario grotesco que no se resigna a admitir que perdió en una contienda democrática, para impedir que se protocolizara un hecho político irrefutable, deja mucho qué pensar; especialmente si se tiene en cuenta que ha sido una constante histórica imitar al país modelo por excelencia de democracia, alcanzar sus niveles de bienestar social, respetar sus designios y acatar las decisiones que sus autoridades tomen como líderes mundiales, inspiradas en un sistema paradigmático. Lo malo es que 74 millones de electores respaldan al mandatario esquizofrénico y las instituciones han sido pisoteadas, lo que augura un porvenir muy oscuro y sienta un mal precedente, que ojalá a otros países no les dé por imitar.
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