José Jaramillo


Una frase leída en cualquiera de los numerosos mensajes que llegan a través de las redes todos los días, dice que “con un borrador no se puede borrar el pasado, pero con un lápiz sí se puede trazar el futuro”. La sentencia viene muy al caso de la contienda electoral que se avecina en Colombia, para elegir a la persona que dirigirá los destinos del país los próximos cuatro años, a partir del 7 de agosto de este año. Lo que dicen los candidatos punteros tiene más de crítica a la gestión de administraciones pasadas, como la del presidente Duque, que ya “tiene el sol a la espalda”, que de trazar una ruta hacia el futuro, diseñada con conocimiento, objetividad y plena consciencia de lo que es urgente realizar, para superar dificultades y mejorar la calidad de vida de los colombianos, sin mezquindades ni revanchismos. Sin embargo, es ostensible la adopción de estrategias electorales, alianzas y componendas, más que la estructuración de programas concretos, sin generalidades ni enunciados reiterativos de problemas de sobra conocidos y sin la oferta “culebrera” de panaceas. Cada candidato plantea lo mismo, con fórmulas parecidas, pero es ostensible la falta de una verdadera vocación de grandeza. In illo témpore, de un mandatario light, con delirios de reelección continuada, para satisfacer su ego y sostener el staff de incondicionales y la cauda electoral de mendicantes, dijo un agudo crítico político que “le había quedado grande la grandeza”. La pobreza ideológica de la campaña presidencial que se adelanta, de todos los candidatos y de sus fórmulas vicepresidenciales, sin excepción, más que decepcionante, es preocupante. Por ejemplo: descalificar al gobierno del presidente Duque por lo sucedido en un operativo militar en el Putumayo, y exigir la renuncia del Ministro de Defensa, es oportunista y fuera de foco. Coquetear otro con los líderes de partidos políticos convertidos en meros baratillos electoreros, no les garantiza nada a las generaciones futuras. Por la actual, y por las que ruedan por la pendiente del tiempo, ya no hay nada qué hacer. Y a un tercero que posa de mesías, con una actitud arrogante y superflua, pero que concita mayorías estimulando odios, se le puede aplicar la fórmula de “dime con quién andas y te diré quién eres”. Además es sibilino, porque halaga a los empresarios en Medellín y anuncia estímulos a la producción, mientras que en Aguablanca, en Cali, dice al populacho que expropiará a los ricos para repartir sus bienes entre los pobres. Las propuestas de candidatos “minoristas” son inocentadas. Uno, tiene plata de sobra para gastar por figurar; otro, especula con sucesos relevantes de ancestros suyos, sin méritos propios; y otros más, simplemente deliran, porque sucesos circunstanciales en sus vidas los consideran méritos suficientes para creerse “estadistas”.
Los temas que reclaman como de solución inmediata la democracia decadente, la sociedad empobrecida, la paz amenazada y los jóvenes de futuro incierto, son trascendentales y claman por un líder sabio, sólido y comprometido solamente con Colombia, con su gente y con su futuro. No más.
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