José Jaramillo


Como los campesinos, que tienen ropa de trabajo y una muda distinta, más formal, para salir al pueblo los domingos, asistir a misa, vender sus productos, hacer compras y encontrarse con familiares y amigos, los gobernantes cambian de opinión al vaivén de circunstancias y conveniencias. Esa es una demostración de talento, porque mentir públicamente sin enredarse ni contradecirse requiere de buena memoria y de un cinismo bien calibrado, para evitar sonrojarse o palidecer, es decir, para ser inmutable, pese a los jalones de orejas que dé la conciencia.
Hay cosas que los conductores de pueblos tienen que tener inalterables, como los objetivos de sus mandatos, para cumplir promesas, satisfacer anhelos personales y dejar alguna impronta de su paso por la administración pública. Unos dirigentes se preparan para llevar a sus pueblos a destinos de bienestar y prosperidad, otros acopian materiales para construir el pedestal en el que ha de descansar su vanidad y no pocos, inspirados en la soberbia y arropados con el manto del discurso democrático, dedican sus esfuerzos a organizar células electorales que les permitan mantenerse en el poder indefinidamente, por sí o por interpuestas personas, que suelen ser vasallos incondicionales, sin carácter y carentes de ideas propias. Éstos, súbitamente, pueden ser favorecidos con la ausencia definitiva del caudillo y asumir la prepotencia como propia, con personalidad y autonomía que antes no pudieron ejercer.
El predominio de intereses económicos ha impuesto un nuevo estilo en el manejo de los pueblos. Los clanes familiares y financieros imponen gobernantes, legisladores y magistrados, desde las más altas instancias del Estado hasta modestas gobernaciones y alcaldías, porque en todas hay presupuestos para sacarles provecho, sin miramientos éticos, porque por encima de la gloria, el reconocimiento social y la satisfacción del deber cumplido prevalece la ambición de dinero. Con plata se tapan todas las porquerías que deja la corrupción.
Los clanes mencionados arriba cuentan con la eficiente administración de visionarios que mueven las fichas con tal precisión que siempre ganan. Cuando un candidato resulta inhabilitado para aspirar a determinado cargo, hay un sustituto a la mano, de manera que los objetivos de controlar y esquilmar los presupuestos oficiales no se pierdan. La moda que se exhibe en las pasarelas del poder tiene modelos que se tongonean con gracia y modistos que diseñan campañas y desde la sombra mueven los hilos que controlan cada paso que dan las marionetas que apadrinan, sin necesidad de asumir responsabilidades. Cuando los ahijados de la corrupción tropiezan y se caen, el padrino siempre tiene a la mano un repuesto, porque con “cara gana y con sello pierde el otro”. Así funciona el poder.
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